lunes, 16 de abril de 2018

LA VERDAD SOBRE EL CUERPO INCORRUPTO DE SANTA BERNADETTE SOUBIROUS.


Aprovechando la festividad liturgica de Santa Bernardette Soubirous, me gustaria explicar brevemente la verdad acerca de su cuerpo, aclamado por todos como incorrupto, que se encuentra expuesto a la veneración de los fieles en la capilla del convento de Nevers (Francia) y también despejar algunas ideas erroneas en las que se encuentra envuelto.
 

1) Su cuerpo si esta incorrupto, pero no tal y como lo vemos. Como se sabe Bernardette murió el 16 de abril de 1879, sus funerales fueron notables, e inmediatamente después fué sepúltada en la capilla del convento de Nevers en la que reposó hasta el 2 de septiembre de 1909 cuando fué exhumada por primera vez. Se encontró casi intacto aunque el hábito estaba casi deshecho y su crucifijo y rosario estaban cubiertos de óxido, todo debido a la humedad, habiendo transcurrido casi 30 años desde su fallecimiento.

2) El rostro de Bernardita no es el que vemos hoy en dia en la urna de Nevers. Como preparativo para su beatificación en 1925 se realizo una segunda exhumación y de nuevo se le encontro incorrupta, pero esta vez tenia manchas oscuras en la piel, así que se decidio colocarle una MASCARA DE CERA en el rostro y las manos, para no condenarala a pudrirse lentamente frente a los ojos de los peregrinos! Pues aunque un cuerpo se encuentre incurrupto no significa que tenga que permanecer así para siempre. Se presume que fueron los efectos climáticos lo que la deterioraron. Después de ser colocados estos recubrimientos en rostro y manos, fabricados por la empresa del Sr. Pierre Imans, se le coloco en la bella urna de cristal que hasta el dia de hoy podemos ver, y a su vez la urna fué colocada permanentemente en la capilla del convento de Nevers. Al mismo tiempo se le extrajeron dos costillas que fueron puestas en un relicario aparte y que es la unica reliquia de primer grado que se conseva en el Santuario de Lourdes. (o por lo menos la más notable).

En resumen, Santa Bernardita si esta incorrupta, pero no se encuentra "como dormida" si no que es el efecto que produce ver la mascara de cera que recubre su rostro, posiblemente sin la mascara la imagen seria mucho menos inspiradora... Pero incorrupta al final de cuentas.
La invitación es a que en cambio de estar dejandonos maravillar o conmover por si su cuerpo esta o no incorrupto es mejor pedir la interseción de la pastorcilla de los Pirineos, la que vio con sus ojos mortales a la Madre de Dios en aquella gruta de Massabielle, para que a su ejemplo busquemos unicamente la gloria de Dios y la desaparición de nuestra persona de los ojos y de las bocas de los demas. Al igual que aquella cita de san Pablo que Bernardette vivió a plenitud: "Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí" (Galatas 2:20)



miércoles, 4 de abril de 2018

Delirio de amor - Pascua con Santa Laura Montoya


¿Que es la Pascua si no los días gozosos en los que cantamos en victoria todos los cristianos? ¿Hay días más luminosos que cuando caminamos por el mundo testimoniando a Cristo resucitado, vencedor de la muerte y el pecado?  

Contemplando esta maravillosa verdad de nuestra fe nos podemos preguntar ¿Cómo vivían los santos el gozo de la Pascua del Señor? ¿No son los santos los grandes amigos de Jesús, los apóstoles que sin necesidad de ver al Señor resucitado la tarde del domingo de pascua lo predicaban con la misma intensidad y fe que aquellos que lo vieron?
Pues para iluminarnos en esta experiencia; Laura Montoya, la primera santa colombiana, abre la intimidad de su corazón, como una Magdalena de otros tiempos, para dar testimonio del encuentro con Jesús resucitado.

"Después de la Semana Santa de 1896, pasada en el campo, en completa soledad, comencé a sentir que ése, como fuego tan amargo, turbaba un poco mi razón. Me figuro así como la de los beodos a quienes el licor pone locos sin que se den cuenta. El sábado santo, después de aquellos días de recogimiento y meditación en un campo solitario y entre selvas que se llama la Amalia, salí a Fredonia y al día siguiente mi alma se desbordaba con los gozos de la resurrección, pero me había manejado bien en la comunión, pues había podido contenerme.
 
Estaba en la casa, cuando oí la música que anunciaba la procesión; me asomé a la puerta y al ver de lejos la imagen del Señor Resucitado ya no supe más de mí. ¡Ay! padre, cuánta vergüenza me da referir estas locuras, que sólo Jesús no más, debe conocer y que revelan yo no sé qué incontinencia del corazón y no sé qué más. Con el traje que tenía en la casa, sin mantilla y sin oír a los que me llamaban, salí a la carrera, me atravesé cantando recio toda la plaza en diagonal, para llegarme a la esquina por donde asomaba la procesión. Le canté esta estrofa:
 
¡Qué hermoso vuelves! ¿no ha sido un sueño
aquel horrible, sangriento leño,
aquellas horas de cruel dolor?
Yo era la causa de tu agonía,
y al contemplarla me consumía
remordimiento desgarrador.
 
Los duros hierros que te clavaron,
también el alma me atravesaban
también partían mi corazón;
también mis huesos se estremecieron
cuando los tuyos se desunieron,
con horrorosa dislocación.
 
Cuando llegué aquí me inundé en lágrimas y compadecida, una amiga, me tiró fuertemente de un brazo. Entonces advertí el corro que me hacían algunas señoras y mujercitas del campo y vi la manera como me había salido y supe que había cantado. ¡Dios mío! hubiera querido que la tierra me tragara, ¡que vergüenza y qué pecado me parecía esto!

La amiga que me contuvo me tranquilizaba dándome bromas con la cosa; pero yo no hubiera querido volver a recordar aquello, no por lo ridículo que aquello fue, sino por que se impusieran de mi interior. El amor, reverendo padre, tiene pudor y no le gusta que lo vean desnudo. ¿No es verdad? No fue ésta la única vez que fui vencida; pero las otras veces no tuve testigos o lo eran las discípulas de mucha confianza o una de mis compañeras de profesión que era como una hija. Sólo decían que cuando hablaba de Dios me enloquecía y respetaban la cosa. En estos casos es cuando una celda escondida hace falta." 
 
(Santa Laura Montoya - Autobiografia, Cap IX)