sábado, 13 de junio de 2015

AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS - Poesía de Santa Teresa del Niño Jesús, Doctora de la Iglesia.


Junto al sepulcro santo,
María Magdalena, en lágrimas deshecha,
se arrodilló en el suelo, buscando a su Jesús.
Los ángeles vinieron a suavizar su pena,
pero no consiguieron suavizar su dolor.
Luminosos arcángeles,
Mas no era vuestro brillo, luminosos arcángeles
lo que esta alma ardiente venía aquí a buscar.
Ella quería ver al Señor de los ángeles,
tomarle en sus brazos y llevarle muy lejos.

Junto al sepulcro santo ella quedó la última,
y al sepulcro volvió antes de amanecer.
Su Dios se hizo también
presente, aunque velando su presencia,
no pudo ella vencerle en la lid del amor...
Cuando llegó el momento,
desvelándole él su faz bendita
envuelta en propia luz,
brotóle de los labios una sola palabra,
fruto del corazón.
Jesús el dulce nombre murmuró de: "¡María!"
y devolvió a María la alegría y la paz.

Un día, mi Señor, como la Magdalena,
quise verte de cerca, y me llegué hasta ti.
Se abismó mi mirada por la inmensa llanura
a cuyo Dueño y Rey yo iba buscando.
Al ver la flor y el pájaro,
el estrellado cielo y la onda pura,
exclamé arrebatada:
"Bella naturaleza, si en ti no veo a Dios,
no serás para mí más que un sepulcro inmenso.

"Necesito encontrar
un corazón que arda en llamas de ternura,
que me preste su apoyo sin reserva,
que me ame como soy, pequeña y débil,
que todo lo ame en mí,
y que no me abandone de noche ni de día".
No he podido encontrar ninguna criatura
capaz de amarme siempre y de nunca morir.
Yo necesito a un Dios que, como yo, se vista
de mi misma y mi pobre naturaleza humana,
que se haga hermano mío y que pueda sufrir.

Tú me escuchaste, amado Esposo mío.
Por cautivar mi corazón, te hiciste
igual que yo, mortal,
derramaste tu sangre, ¡oh supremo misterio!,
y, por si fuera poco,
sigues viviendo en el altar por mí.
Y si el brillo no puedo contemplar de tu rostro
ni tu voz escuchar, toda dulzura,
puedo, ¡feliz de mí!,
de tu gracia vivir, y descansar yo puedo
en tu sagrado corazón, Dios mío.

¡Corazón de Jesús, tesoro de ternura,
tú eres mi dicha, mi única esperanza!
Tú que supiste hechizar mi tierna juventud,
quédate junto a mí hasta que llegue
la última tarde de mi día aquí.
Te entrego, mi Señor, mi vida entera,
y tú ya conoces todos mis deseos.
En tu tierna bondad, siempre infinita,
quiero perderme toda, Corazón de Jesús.

Sé que nuestras justicias y todos nuestros méritos
carecen de valor a tus divinos ojos.
Para darles un precio,
todos mis sacrificios echar quiero
en tu inefable corazón de Dios.
No encontraste a tus ángeles sin mancha.
En medio de relámpagos tú dictaste tu ley
¡Oh corazón sagrado, yo me escondo en tu seno
y ya no tengo miedo, mi virtud eres tú!

Para poder un día contemplarte en tu gloria,
antes hay que pasar por el fuego, lo sé.
En cuanto a mi me toca, por purgatorio escojo
tu amor consumidor, corazón de mi Dios.
Mi desterrada alma, al dejar esta vida,
quisiera hace un acto de purísimo amor,
y luego, dirigiendo su vuelo hacia la patria,
¡entrar ya para siempre
en tu corazón...!

  (Teresa del Niño Jesús y la Santa Faz - 21 de Junio/Octubre de 1895.)

domingo, 7 de junio de 2015

EL GOLPE DEL BANCO - Santa Laura Montoya


Ya hemos visto el primer episodio místico de nuestra santa, en aquel hormiguero donde sintió a Dios, ahora es una grandísima revelación sobre la presencia de Jesús en la Eucaristía lo que la inflama de ardor por este hondisímo misterio. Ocurre cuando ella tenía un poco mas de 12 años, en 1886.

Ella nos relata:

"En este mismo año hizo Dios con mi fe en la Eucaristía, algo así raro que la afirmó, o no sé qué. ¿Diré que me dio un gusto, un tope, un sabor, una impresión de ella? No lo sé. Sólo puedo decir que sentí algo como del cielo.

Hacía ya mucho tiempo que, cuando estaba en sitio conveniente, comulgaba todos los días, aunque en aquella época se necesitaba el permiso del confesor y la cosa no era tan común como es hoy. Ordinariamente sentía afán por comulgar; me hacía falta no hacerlo, gustaba de estar delante del sagrario, pero todo esto era como por fe seca, perdóneme esta palabra, no tengo otra; como fría, como mediana, en fin, como no experimental; otra que no sé si será atrevida. En todo caso, después de lo que voy a referir, si es que esas cosas tienen términos suficientemente expresivos en las lenguas humanas, pues todas las palabras que encuentro rebajan el concepto. Después de esto, repito, la Sagrada Eucaristía fue para mí como otra cosa muy distinta. Fue como si hubiera vivido con un velo medio transparente y de pronto me lo hubieran descorrido a plena luz.

Hacía un oficio en compañía de mi madre, en un corredor de la casa. Por cualquier circunstancia, ella se entró para volver y me quedé sola en el corredor; sin pensar, sino en ofrecer mi trabajo, como de costumbre. Sin duda, Dios en respuesta de mi ofrecimiento, me infundió un vehemente deseo de comulgar. Hice la comunión espiritual y no sé decir más. Como electrizada, como si no sintiera lo que alrededor pasaba, como si tuviera un dolor soberano, con una mezcla de amor extraordinario, como si la santa Eucaristía pasara mi alma de parte a parte, me bañé en lágrimas sin sentirlo. Me parecía, además, como que comprendía cómo Jesús está en la hostia y cómo el Verbo Divino está en Jesús. Claro que era algo como tan superior a mi ser que como que me agobiaba, como que no podía con él. En fin, no ensayo decir más, porque acabo de desfigurar la idea, que tampoco es idea.


Bañada en lágrimas me encontró mi madre y me creyó enferma. Gracias a esto, fui excusada de continuar en el oficio y pude retirarme hasta que estuve completamente serena. Aquello pasó como pasa siempre Dios, dejando las huellas de su presencia, con amor doloroso. Quedé como dueña de ese divino misterio. Ya era mío. ¡Cosa rara! Me sentía como iluminada, como en posesión de él, como encendida, como en un sentimiento muy intenso e indefinible de la santa Eucaristía. ¿Quién sabrá decir lo que esto es? ¡Dios mío! ¿Sería tu primer encuentro eucarístico con mi alma, como el del hormiguero había sido el primer golpe de tu divinidad con ella?


Como yo estaba en un banco de la carpintería, siempre he llamado a esto el golpe del banco. Un golpe de Dios; mire padre, qué nombres más raros encuentro: Dios me los entiende a la maravilla y con eso tengo; como jamás creí tener que expresarlos a nadie, no me he cuidado de buscar palabras. Dios y yo nos entendemos y nada más se necesita. Naturalmente que ahora al cumplir tan dura obediencia como ésta, que si Dios no fuera servido en ella, por nada de este mundo la cumpliría, se me ocurre que puedo decir hasta herejías y que vuestra reverencia va a tener que componer mucho."


Pensamientos Eucarísticos de Santa Laura Montoya:

 ¿Qué es la Eucaristía? Es el Dios de mi corazón y el Corazón de mi Dios.

 ¡Salve, oh Eucaristía! Libro amable, resumen de celestiales enseñanzas.

 La Santa Eucaristía es la proyección de un amor sin medida.


¡Oh Santa Eucaristía, fruto del amor eterno, eres mi cielo, guardas mi dicha eterna!

 El fuego es para que arda. Si tenemos en la Eucaristía la brasa, acerquémonos a ella para que nuestro corazón se encienda.

Me parece más ventajoso comulgar porque Jesús desea que lo recibamos, que porque nosotros deseamos recibirlo.