martes, 29 de diciembre de 2015

LA PAJARERA DEL NIÑO JESÚS - Poesia de Santa Teresa del Niño Jesús, Doctora de la Iglesia.

Derecha: Santa Teresita fotografeada en el patio de su monasterio en julio de 1896. Izquierda: Estatua del Niño Jesús, en uno de los corredores del monasterio, al que Teresa le tenia mucha devoción.

Para los desterrados de la tierra
Dios creó los graciosos pajarillos.
Ellos van gorjeando su plegaria
por bosques, valles, montes y laderas.

Los traviesos y alegres rapazuelos,
tras de escoger algunos preferidos,
los cazan y aprisionan
en lindas jaulas de doradas rejas.

¡Oh Jesús, hermanito!,
tú abandonaste el cielo por nosotros,
pero sabes muy bien que es el Carmelo
Niño divino, tu bella pajarera.

Amamos nuestra jaula,
sin ser ella dorada.
Nunca de su prisión escaparemos
ni a la llanura azul ni al bosque oscuro.

Jesús, los bosques de este mundo
no pueden contentarnos.
En la profunda soledad queremos
cantar para ti solo.

Es tu blanca manita
la que orienta y atrae nuestro vuelo.
¡Qué bellos son, oh Niño, tus encantos!
En tu sonrisa quedan,
cautivos de su luz, los pajarillos.

Aquí el alma sencilla, pura y cándida
halla el motivo exacto de su amor.
Aquí la blanca y tímida paloma
no teme ya el ataque del buitre carnicero.

En alas de una cálida plegaria
el corazón se eleva como alondra ligera,
como alondra que sube cantando
y sube altísima.

Se escucha aquí el gorjeo
del reyezuelo y del pinzón alegre.
Niño Jesús, tus pajarillos cantan,
en su jaula, tu santo y dulce nombre.

Vive siempre cantando el pajarillo,
su pan no le preocupa,
ni siembra ni recoge,
y un granito de mijo le contenta.

Y como al pajarillo,
en nuestra pajarera
todo, Divino Niño, nos viene de tu mano.
Sólo una cosa es necesaria, una,
y esta cosa es amarte.

Por eso, con los puros espíritus del cielo
contamos noche y día tus glorias y alabanzas.
Y sabemos con cuánto amor los ángeles
nos miran a nosotras,
tus pobres pajarillos del Carmelo.

Para enjugar las lágrimas
que te hacen derramar los pecadores,
tus pajarillos cantarán tus gracias,
y el dulce canto de tus avecillas
te atraerá corazones.

Un día, lejos de la triste tierra,
al escuchar tu voz y tu llamada,
desde tu pajarera
tus pajarillos volarán al cielo.

Y allí, con las falanges
de pequeños y alegres querubines,
eternamente, Niño,
cantaremos tus glorias.

(Teresa del Niño Jesús y la Santa Faz - Navidad de 1896)


Teresa fotografiada con su Niño Jesús el 20 de abril de 1895.  
 "Oh pequeño niño, mi único tesoro, tú te me muestras todo radiante de Amor. Yo me abandono a Tí. Oh Jesús, mi pequeño hermano, no quiero otra alegría que la de agradarte. Mi pequeño Rey, imprime en mi las virtudes de tu infancia" (S.Teresita del Niño Jesús).

sábado, 26 de diciembre de 2015

SUS PEQUEÑAS MANOS HOY, CARGARAN EL PESO DEL MUNDO MAÑANA!

(Himno propio de la Solemnidad del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo)

De un Dios que se encarnó muestra el misterio
la luz de Navidad.
Comienza hoy, Jesús, tu nuevo imperio
de amor y de verdad.

El Padre eterno te engendró en su mente
desde la eternidad,
y antes que el mundo, ya eternamente,
fue tu natividad.


La plenitud del tiempo está cumplida;
rocío bienhechor
baja del cielo, trae nueva vida
al mundo pecador.


¡Oh santa noche! Hoy Cristo nacía
en mísero portal;
Hijo de Dios, recibe de María
la carne del mortal.


Este Jesús en brazos de María
es nuestra redención;
cielos y tierra con su abrazo unía
de paz y de perdón.


Tú eres el Rey de paz, de ti recibe
su luz el porvenir;
ángel del gran Consejo, por ti vive
cuanto llega a existir.


A ti, Señor, y al Padre la alabanza,
y de ambos al Amor.
Contigo al mundo llega la esperanza;
a ti gloria y honor. Amén.

HA LLEGADO EL SALVADOR DE TODOS LOS PUEBLOS... VAMOS A ADORARLE!!!


¡Si pudiéramos imaginar realmente cómo era la situación de la humanidad antes de la venida de Cristo! ¡Si pudiéramos penetrar realmente lo que sentía la gente que esperaba al Mesías prometido! Es tan fácil -ahora que ya Cristo vino- tomar su venida como un derecho adquirido, y hasta darnos el lujo de rechazar o de no importarnos lo que Dios ha hecho para con nosotros: todo un Dios se rebaja desde su condición divina para hacerse uno como nosotros. ¿Nos damos cuenta realmente de este misterio que, además de misterio, es el regalo más grande que se nos haya podido dar?

¿Cómo podemos acostumbrarnos a esta idea tan excepcional? ¿Cómo podemos no conmovernos cada Navidad ante este misterio insólito? ¿Cómo podemos no agradecer a Dios cada 25 de diciembre por este grandísimo regalo que nos ha dado?

Los Profetas del Antiguo Testamento, especialmente Isaías (Is. 9, 1-3 y 5-6) nos hablan de que la humanidad se encontraba perdida y en la oscuridad, subyugada y oprimida, hasta que vino al mundo “un Niño”. Entonces “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz ... se rompió el yugo, la barra que oprimía sus hombros y el cetro de su tirano”.

Podemos imaginar, entonces, la alegría inmensa ante el anuncio del Ángel a los Pastores cercanos a la cueva de Belén: “Les traigo una buena noticia, que causará gran alegría a todo el pueblo: hoy les ha nacido en la ciudad de David, un salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc. 2, 1-14). 

¿Hemos pensado cómo estaríamos si ese “Niño” no hubiera nacido? Estaríamos aún bajo “el cetro del tirano”, el “príncipe de este mundo”. Pero con la venida de Cristo, con el nacimiento de ese Niño hace dos mil años, se ha pagado nuestro rescate y estamos libres del secuestro del Demonio.

Con su nacimiento, vida, pasión, muerte y resurrección, Cristo vino a establecer su reinado, “a establecerlo y consolidarlo”, desde el momento de su nacimiento “y para siempre”. Y su Reino no tendrá fin.
Y ese Dios que se rebaja hasta nuestra condición humana, levanta nuestra condición humana hasta su dignidad. En efecto, nos dice San Juan al comienzo de su Evangelio (Jn. 1, 1-18) que Dios concedió “a todos los que le reciben, a todos los que creen en su Nombre, llegar a ser hijos de Dios”.

Esto que se repite muy fácilmente, pues de tanto oírlo sin ponerle la atención que merece, se nos ha convertido en un “derecho adquirido”. Pero es un inmensísimo privilegio. ¡Hijos de Dios! ¡Lo mismo que Jesucristo! ¡El es el que era Hijo de Dios, nosotros no! El se hace Hombre y nos da la categoría de hijos de Dios; nos lleva de nuestro nivel a su nivel. 

Jesús era el Hijo de Dios y nosotros creaturas de Dios. ¿Nos damos cuenta que Jesús se hizo Hombre y vino a salvarnos, pero no le bastó eso, sino que nos elevó de nuestra categoría de creaturas de Dios (que ya era bastante!) a la categoría de hijos de Dios, igual que Él? ¡Jesús nos da a Su Padre para que sea nuestro Padre! ¡Vaya privilegio!

Y al ser hijos somos herederos, herederos del Reino de los Cielos. Nuestra herencia, la misma que la de nuestro Salvador. Un mimo tal sólo puede venir del infinito Amor de nuestro Dios.

Por todo esto, “el pueblo que caminaba en tinieblas vio un gran Luz”. Y esa Luz que es Cristo confiere a nuestra humanidad derechos de eternidad: vivir eternamente con El en la gloria del Cielo.

Por todo esto, el día de Navidad no nos queda más remedio que aclamar, llenos de alegría, junto con los Ángeles: ¡“Gloria a Dios en el Cielo”!

(homilia.org)

viernes, 25 de diciembre de 2015

HOMILIA DEL PAPA FRANCISCO PARA LA MISA DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR /2014

 
«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló» (Is 9,1). «Un ángel del Señor se les presentó [a los pastores]: la gloria del Señor los envolvió de claridad» (Lc 2,9). De este modo, la liturgia de la santa noche de Navidad nos presenta el nacimiento del Salvador como luz que irrumpe y disipa la más densa oscuridad. La presencia del Señor en medio de su pueblo libera del peso de la derrota y de la tristeza de la esclavitud, e instaura el gozo y la alegría.

También nosotros, en esta noche bendita, hemos venido a la casa de Dios atravesando las tinieblas que envuelven la tierra, guiados por la llama de la fe que ilumina nuestros pasos y animados por la esperanza de encontrar la «luz grande». Abriendo nuestro corazón, tenemos también nosotros la posibilidad de contemplar el milagro de ese niño-sol que, viniendo de lo alto, ilumina el horizonte.

El origen de las tinieblas que envuelven al mundo se pierde en la noche de los tiempos. Pensemos en aquel oscuro momento en que fue cometido el primer crimen de la humanidad, cuando la mano de Caín, cegado por la envidia, hirió de muerte a su hermano Abel (cf. Gn 4,8). También el curso de los siglos ha estado marcado por la violencia, las guerras, el odio, la opresión. Pero Dios, que había puesto sus esperanzas en el hombre hecho a su imagen y semejanza, aguardaba pacientemente. Dios Esperaba. Esperó durante tanto tiempo, que quizás en un cierto momento hubiera tenido que renunciar. En cambio, no podía renunciar, no podía negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2,13). Por eso ha seguido esperando con paciencia ante la corrupción de los hombres y de los pueblos. La paciencia de Dios, como es difícil entender esto, la paciencia de Dios delante de nosotros. 

A lo largo del camino de la historia, la luz que disipa la oscuridad nos revela que Dios es Padre y que su paciente fidelidad es más fuerte que las tinieblas y que la corrupción. En esto consiste el anuncio de la noche de Navidad. Dios no conoce los arrebatos de ira y la impaciencia; está siempre ahí, como el padre de la parábola del hijo pródigo, esperando de ver a lo lejos el retorno del hijo perdido.
Con paciencia, la paciencia de Dios. 

La profecía de Isaías anuncia la aparición de una gran luz que disipa la oscuridad. Esa luz nació en Belén y fue recibida por las manos tiernas de María, por el cariño de José, por el asombro de los pastores. Cuando los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento del Redentor, lo hicieron con estas palabras: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». La «señal» es la humildad de Dios, la humildad de Dios llevada hasta el extremo. Es el amor con el que, aquella noche, asumió nuestra fragilidad, nuestros sufrimientos, nuestras angustias, nuestros anhelos y nuestras limitaciones. El mensaje que todos esperaban, que buscaban en lo más profundo de su alma, no era otro que la ternura de Dios: Dios que nos mira con ojos llenos de afecto, que acepta nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez.

Esta noche santa, en la que contemplamos al Niño Jesús apenas nacido y acostado en un pesebre, nos invita a reflexionar. ¿Cómo acogemos la ternura de Dios? ¿Me dejo alcanzar por él, me dejo abrazar por él, o le impido que se acerque? «Pero si yo busco al Señor» –podríamos responder–. Sin embargo, lo más importante no es buscarlo, sino dejar que sea él quien me encuentre y me acaricie con cariño. Ésta es la pregunta que el Niño nos hace con su sola presencia: ¿permito a Dios que me quiera mucho?
Y más aún: ¿tenemos el coraje de acoger con ternura las situaciones difíciles y los problemas de quien está a nuestro lado, o bien preferimos soluciones impersonales, quizás eficaces pero sin el calor del Evangelio? ¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy! La paciencia de Dios, la ternura de Dios. 

La respuesta del cristiano no puede ser más que aquella que Dios da a nuestra pequeñez. La vida tiene que ser vivida con bondad, con mansedumbre. Cuando nos damos cuenta de que Dios está enamorado de nuestra pequeñez, que él mismo se hace pequeño para propiciar el encuentro con nosotros, no podemos no abrirle nuestro corazón y suplicarle: «Señor, ayúdame a ser como tú, dame la gracia de la ternura en las circunstancias más duras de la vida, concédeme la gracia de la cercanía en las necesidades de los demás, de la mansedumbre en cualquier conflicto».

Queridos hermanos y hermanas, en esta noche santa contemplemos el pesebre: allí «el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande». La vio la gente sencilla, dispuesta a acoger el don de Dios. En cambio, no la vieron los arrogantes, los soberbios, los que establecen las leyes según sus propios criterios personales, los que adoptan actitudes de cerrazón. Miremos al misterio y recemos, pidiendo a la Virgen Madre: «María, muéstranos a Jesús».

"Aparece la Luz y todo es silencio...contemplación" - Noche de Paz de Andre Rieu.

NAVIDAD.... LO QUE VERDADERAMENTE CELEBRAMOS ES?


¿Qué día concreto del año nació el Señor? Es imposible para nosotros saberlo, no se ha conservado ningún documento extrabiblico que dé una precisión al respecto, y los evangelios -siempre parcos y ajustados a los mínimos datos indispensables para la proclamación de la fe- no dan el gusto a nuestros «deseos biografistas», así que no tenemos ni manera de saber, ni de deducir en qué fecha habrá nacido. Gracias a algunas indicaciones del capítulo 2 de San Lucas, podemos calcular que el nacimiento se produjo entre el año 8 y el 6 aC., es decir, una diferencia de entre 6 y 8 años del cálculo realizado por Donisio el Exiguo en el siglo VI basándose en Lc 3,1 (y que dio lugar a nuestra división en «antes de Cristo» y «después de Cristo»). A pesar de este error en las cuentas, el año «752 ab Urbe condita» (es decir, desde la fundación de Roma) ha quedado como marca simbólica del cambio de era.

La fecha del 25 de diciembre en la que lo celebramos en la actualidad está ya atestiguada en documentos del siglo IV (el Cronógrafo del 354), superponiendo el nacimiento del «Sol de Justicia» (símbolo bíblico proveniente de Malaquías 3,20) a la celebración pagana del solsticio de invierno en Roma, con las fiestas Saturnales, que daban, junto con las celebraciones de dios persa Mitra -muy apreciado en Roma- unos días antes, un color festivo peculiar a toda esta semana. Una costumbre de las Saturnales era que los esclavos, por ese día, se sentaban a la mesa de su dueño y comían como personas libres.

Fue sin duda el conjunto de resonancias simbólicas, esta libertad de los esclavos, junto con el comienzo del nuevo vigor solar, junto con la costumbre ya arraigada del fasto divino en estos días, lo que fue llevando a que los cristianos le dieran su peculiar color a este día, hasta reemplazar por completo el origen pagano. Incluso no debe descartarse que la noche del 24 fuera la más apta para que los cristianos consideraran celebrarar el Nacimiento, ya que esa noche era la única sin dioses paganos, puesto que la fiesta de Mitra habia terninado el 23 y Saturno venía el 25, por lo tanto en clave cristiana podía ser considerada una «noche buena». Naturalmente esto es hipótesis, ya que carecemos de documentos que nos cuenten de primera mano cómo y por qué los cristianos reemplazaron la fiesta romana por su propia fiesta. De hecho, en la iglesia de Oriente esta fecha no cuajó nunca, celebrándose más bien la Epifanía (manifestación), el 6 de enero, que aglutina en una fecha única el acontecimiento de la manifestación de Jesús en carne y de la adoración de los pobres y de los paganos.

Sobre la Kalenda de Navidad, es decir, la proclama con la que comienza el martirologio de hoy ("Pasados innumerables siglos...") puede leerse el texto de Alejandro Olivar, pág 22ss, que comenta la versión anterior a la reforma del Martirologio del 2001, pero cuyos elementos están en el origen de la versión actual.
Lo cierto es que los símbolos tienen una vida enteramente propia, que no coincide con lo que queremos racionalmente hacer con ellos. Puede ser que alguien se esfuerce en que «armar el belén» sea una tradición, o que un otro se esfuerce por «quitar crucifijos del espacio público», pero esos esfuerzos nada pueden, absolutamente nada, contra la vida de unos símbolos que nacen, se desarrollan, se transforman, mutan, se resignifican, y también a veces mueren, sin que podamos controlarlos con nuestro poder.

Para el cristiano el 25 de diciembre es la Navidad, pero es mucho más que la navidad de los regalos, de los encuentros familiares -a veces un poco forzados-, de los villancicos y los belenes; sin dejar de ser también todo eso, como fruto de alegría y gratuidad del Nacimiento por excelencia, es por sobre todo la fiesta del misterio de la Encarnación, de ese prodigio admirable, y casi innombrable de un Dios creador del hombre que se hace su propia creatura, se hace hombre. Tan grande y difícil de formular es este misterio que la misa de Navidad se expande en tres direcciones, y efectivamente ese día hay tres misas que son distintas entre sí: la misa de medianoche (llamada normalmente «Misa de gallo»), la de la aurora, y la del día, que evocan tres aspectos del misterio, que podemos encontrar claramente expuestos en cada unos de los evangelios que se leen en la misa:

-La manifestación gloriosa de Dios en la carne del hombre, escondida a los poderosos y comunicada a los pobres y humildes (Lucas 2,1-14, misa de la noche).

-La humildad de la carne que «muestra y oculta», así que sólo puede verlo y glorirse de ello quien presta atención a lo que «se ha dicho», como los pastores de Belén, que se maravillaban con lo que habían visto y oído (Lucas, 2,15-20, misa de la aurora).

-El misterio eterno de la Encarnación, que elige un momento de la historia, un pueblo particular, unos protagonistas concretos para realizaar un designio y plan escondido desde toda la eternidad (Juan 1,1-18, misa del día).

Todas las lecturas, oraciones y prefacios en la misa, y las antífonas y lecturas en al liturgia de las horas giran a lo largo de este día en torno a estos acentos. Lo que queda claro es que no se trata en ningún caso de la celebración del «cumpleaños de Jesús» en el sentido en que recordamos de cada persona un acontecimiento que se hunde en el pasado; no es la irrupcion de Jesús en aquel momento lejano de la historia humana, sino la irrupción hoy de un Dios que manifiesta toda su plenitud en la realización del plan eterno de ser engendrado en el seno de su propia creatura.

La carta de un amigo es reconfortante, pero lo es mucho más su presencia; un pagaré es útil, pero su pago lo es en mayor grado; las flores son bellas, pero las supera la hermosura de su fruto. Los antiguos padres recibieron las amistosas misivas de Dios, nosotros gozamos de su presencia; ellos tuvieron su promesa, nosotros el cumplimiento; ellos el pagaré, nosotros el pago. Solamente amor nos pide Dios como tributo particular para celebrar este misterio; sólo ese pago pide a cambio de todo lo que ha hecho y de lo que ha sufrido por nosotros. «¡Hijos! -nos llama- ¡Dadme vuestro corazón!» Amarle es nuestra suprema felicidad y la más alta dignidad de la criatura humana. (San Pedro Crisólogo, citado por Butler).

(eltestigofiel.org)

sábado, 19 de diciembre de 2015

"DICHOSA TÚ QUE HAS CREÍDO, PORQUE LO QUE TE HA DICHO EL SEÑOR SE CUMPLIRÁ" - Reflexiones de Adviento: (Ciclo C)

 
Termina el Adviento y ya llega la Navidad. Ya nace el Redentor del mundo en Belén, esa “pequeña entre las aldeas de Judá”. Pero, dice la profecía de Miqueas (Mi. 5, 1-4) “de tí saldrá el jefe de Israel, cuyos orígenes se remontan a los días más antiguos”. La profecía hacía alusión al Mesías, a su origen antiguo (eterno), por lo tanto a su divinidad. Y también a la omnipotencia y grandeza de Dios: “la grandeza del que ha de nacer llenará la tierra y El mismo será la Paz”.

Los israelitas sabían que el Mesías debía nacer en Belén. Prueba de ello es que cuando los Reyes Magos llegan a Jerusalén preguntando por El, los sumos sacerdotes refirieron al Rey Herodes esta profecía de Miqueas (cfr. Mt. 2, 1-6). Suponemos, entonces, que la Virgen y San José conocían esta profecía y que el viaje obligado de José a Belén para el censo, les daría una certeza adicional de que Quien nacería del seno de la Virgen, era verdaderamente el Mesías.

Lo curioso es que pareciera que el César controlara su gran imperio. Pero –si nos fijamos bien- es Dios el que está al mando de la situación. Dios utiliza este decreto sorpresivo del César para que se cumpla el decreto previo de Dios: el Mesías ha de nacer en Belén. Un detalle que nos muestra que Dios es el Señor de la Historia: la de cada uno, la de cada nación, la de cada pueblo. Somos actores, pero Dios dirige…aunque no nos demos cuenta.

La profecía también anunciaba a María, la Madre del Redentor. “Si Yahvé abandona a Israel, será sólo por un tiempo, mientras no dé a luz la que ha de dar a luz”. María, la que habría de dar a luz, preanunciada desde el comienzo de la Escritura (Gn. 5, 30) como la que aplastaría la cabeza de la serpiente con su descendencia divina, es la Madre del Mesías. Además es la vencedora del Demonio por su fe y su entrega a Dios. María era simple criatura de Dios, adornada -es cierto- de dones inmensos, pero tuvo que tener fe y tuvo que dar su sí. Y con su fe y con su sí se realizó el más grande milagro: Dios se hace Hombre y nos rescata de la esclavitud del Demonio.

“Dichosa tú que has creído que se cumpliría cuanto te fue anunciado de parte del Señor” (Lc. 1, 39-45). Son palabras de Santa Isabel, su prima, cuando María encinta llegó a visitarla. Isabel conocía de sobra la importancia de la fe, pues su marido, Zacarías, no había creído lo que el Ángel le había anunciado a él sobre la concepción milagrosa de su hijo, San Juan Bautista, el Precursor del Mesías. Milagrosa, porque eran una pareja estéril y añeja. Zacarías quedó mudo hasta después del nacimiento de Juan, por no haber creído que lo anunciado se cumpliría. (cfr. Lc. 1, 5-25 y 57-80).

La fe es muy importante en nuestro camino hacia Dios. ¿Qué hubiera pasado si María no hubiera creído, si hubiera sido racionalista, incrédula, desconfiada, escéptica? De allí que la primera cualidad en imitar de la Virgen es su fe en Dios, en que todo es posible para Dios, aún lo más increíble, tan increíble como lo que a Ella sucedió, que sin conocer varón, el Espíritu Santo la haría concebir a Dios mismo en su seno, en forma de bebé. Increíble, pero “para Dios nada es imposible” (Lc. 1, 37).

Lo segundo en María es su entrega a la Voluntad de Dios. Después de conocer lo que Dios haría, la Virgen se entrega en forma absoluta a los planes de Dios: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1, 38).

Estas palabras con las que la Virgen hace su entrega a Dios recuerdan las del Salmo 40, 8, que Ella seguramente conocía: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. San Pablo también las retoma cuando habla del sacrificio de Cristo y pone a Cristo a decir: “No te agradan los holocaustos ni los sacrificios ... entonces dije -porque a Mí se refiere la Escritura: ‘Aquí estoy, Dios mío; vengo a hacer tu voluntad” (Hb. 10, 5-10).

Fe y entrega a la Voluntad de Dios, tanto en la Madre como en el Hijo, son condiciones indispensables para seguirlos, para que se cumpla en nosotros lo que Dios nos ha prometido y lo que nos trae en Navidad: nada menos que nuestra salvación! 
 
(homilia.org)

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO: (Ciclo C)

 
Lecturas de la Liturgia:

Primera lectura de la profecía de Miqueas (5,1-4):

Así dice el Señor: «Pero tu, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornará a los hijos de Israel. En pie, pastorea con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su Dios. Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y éste será nuestra paz.»

Salmo79,2ac.3c.15-16.18-19

R/. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve

Pastor de Israel, escucha,
tú que te sientas sobre querubines, resplandece.
Despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.

Dios de los ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
la cepa que tu diestra plantó,
y que tú hiciste vigorosa. R/.

Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu nombre. R/.

Segunda lectura de la carta a los Hebreos (10,5-10):

Cuando Cristo entró en el mundo dijo: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: "Aquí estoy yo para hacer tu voluntad".» Primero dice: «No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias,» que se ofrecen según la Ley. Después añade: «Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.» Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

+ Evangelio según San Lucas (1,39-45):

En aquellos días, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»

sábado, 12 de diciembre de 2015

"YO OS BAUTIZO CON AGUA; PERO VIENE EL QUE PUEDE MÁS QUE YO, Y NO MEREZCO DESATARLE LA CORREA DE SUS SANDALIAS. ÉL OS BAUTIZARA CON ESPÍRITU SANTO Y FUEGO" - Reflexiones de Adviento: (Ciclo C)

  Ya más entrado el Adviento, las lecturas nos hablan de alegría, pues ya está más cerca la venida del Señor.

La Primera Lectura (So. 3, 14-18). “Alégrate, hija de Sión, da gritos de júbilo... No temas ... el Señor tu Dios está en medio de tí. El se goza y se complace en ti”. ¿Por qué hemos de estar alegres? Porque “el Señor ha levantado la sentencia contra ti, ha expulsado a todos tus enemigos”. Es la salvación realizada por Cristo lo que se nos anuncia aquí. Tanto es así que el Arcángel Gabriel hace eco de estas palabras cuando anuncia a la Santísima Virgen María la Encarnación del Hijo de Dios en su seno: “Alégrate, el Señor está contigo ... No temas María, porque has encontrado el favor de Dios ... concebirás y dará a luz a un Hijo” (Lc. 1, 28 y 30).

Desde que Jesús vino al mundo como Dios verdadero y como Hombre también verdadero, podemos decir con San Pablo en la Primera Lectura (Flp. 4, 4-7): “el Señor está cerca”, porque cada día que pasa nos acerca más a la venida del Señor. «Sí, vengo pronto», nos dice el final del Apocalipsis (Ap 22, 20)
¿Cuándo será ese momento? Nadie, absolutamente nadie, lo sabe con certeza. Eso nos lo ha dicho Jesús. Pero también nos ha hado algunos signos que El mismo nos invita a observar. (Mt 24, 4-51; Lc 21, 5-36).
1.) Muchos tratarán de hacerse pasar por Cristo.

2.) Sucederán guerras y revoluciones que no son aun el final.
3.) Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro.
4.) Terremotos, epidemias y hambres.
5.) Señales prodigiosas y terribles en el cielo.
6.) Persecuciones y traiciones para los cristianos.
7.) El Evangelio habrá sido predicado en todo el mundo.
8.) La mayor parte de la humanidad estará imbuida en las cosas del mundo y habrá perdido la fe.
9.) Después se manifestará el anti-Cristo, que con el poder de Satanás realizará prodigios con los que pretenderá engañar a toda la humanidad.

¿Cómo volverá Jesucristo? Primeramente aparecerá en el cielo su señal -la cruz-; vendrá acompañado de Ángeles y aparecerá con gran poder y gloria. (Mt. 24, 30-31)
Entonces... ¿qué hacer? También nos lo dice el mismo Jesús: «Por eso estén vigilando y orando en todo momento, para que se les conceda escapar de todo lo que debe suceder y estar de pie ante el Hijo del Hombre.» (Lc 21, 36)

San Pablo también nos responde con la misma consigna: “No se inquieten por nada; más bien presenten sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud”. La oración es, sin duda, un ingrediente importantísimo de entre las cosas que hemos de hacer para prepararnos a la venida del Señor.
Pero ¿qué más hacer? Con la oración como punto de partida, la Misa dominical que no debe faltar, arrepentimiento y Confesión sacramental de nuestros pecados y la Comunión lo más frecuente posible, debemos realizar el ideal del cristiano que conocemos.

Sin embargo, el Evangelio nos presenta a un personaje muy central de esta temporada de Adviento, preparatoria a la Navidad. Se trata de San Juan Bautista, el precursor del Mesías. El era primo de Jesús, recibió el Espíritu Santo aun estando en el vientre de su madre, cuando la Santísima Virgen la visitó enseguida de la Encarnación del Hijo de Dios.

Llegado el momento, San Juan Bautista comenzó su predicación para preparar el camino del Señor; es decir, para ir preparando a la gente a la aparición pública de Jesús.

Y al Bautista le preguntaban “¿qué debemos hacer?” (Lc. 3, 10-18). Y él les daba ya un programa de vida que parecía un preludio del mandamiento del amor que Jesús nos traería. “Quien tenga dos túnicas que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo”. 

A los publicanos, funcionarios públicos les decía: “No cobren más de lo establecido, sino conténtense con su salario”. A los soldados:“No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente”. 

Ahora bien, siguiendo la tónica del Adviento, este tiempo preparatorio a la Navidad, las lecturas nos llevan de la primera a la segunda venida del Salvador. El mismo Precursor del Señor nos habla no sólo de la aparición pública del Mesías allá en Palestina hace poco menos de dos mil años, sino que también nos habla de su segunda venida: “El tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue”.

Clarísima alusión al fin del mundo, cuando Cristo separará a los buenos de los malos: unos irán al Cielo y otros al Infierno, al fuego que no se extingue.

En la segunda venida de Cristo, seremos resucitados: los buenos a una resurrección de gloria y los malos a una resurrección de condenación para toda la eternidad. Felicidad o infelicidad eternas.

Pensando en la primera venida de Cristo, cuando nació en la humildad de nuestro cuerpo mortal, recordemos también nuestra futura resurrección al final de los tiempos, de manera que ésta y todas las Navidades nos sirvan para aprovechar las gracias divinas que se derraman en recordatorio del nacimiento de Jesús en la tierra, para que esas gracias se traduzcan en gracias de gloria para su segunda venida, cuando nuestro cuerpo mortal será transformado en cuerpo glorioso en la resurrección del día final.

Es así como la Navidad o primera venida del Mesías continúa siendo un recordatorio y un anuncio de su segunda venida. Que la venida del Señor esta Navidad no sea inútil, de manera que la celebración de su primera venida nos ayude a prepararnos a su venida final en gloria, para ser contados como trigo y no como paja.

Oración y vigilancia es lo que nos pide el Señor: orar y actuar como si hoy -y todos los días- fueran el último día de nuestra vida terrena.

Lo importante no es saber el cómo. Lo importante no es saber el cuándo. Lo importante es estar siempre preparados. Lo importante es vivir cada día como si fuera el último día de nuestra vida en la tierra.

(homilia.org)

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO o de "Gaudete": (Ciclo C)

Lecturas de la liturgia:

Primera Lectura: Sofonías 3, 14-18a
"El Señor se alegra con júbilo en ti"


Regocíjate, hija de Sión, grita de jÚbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén.El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos.El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás.Aquel día dirán a Jerusalén: "No temas, Sión, no desfallezcan tus manos.El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva.Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta."

Salmo Interleccional: Gritad jubilosos:

El Señor es mi Dios y salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación. R.Dad gracias al Señor, invocad su nombre, contad a los pueblos sus hazañas, proclamad que su nombre es excelso. R.Tañed para el Señor, que hizo proezas, anunciadlas a toda la tierra; gritad jubilosos, habitantes de Sión: "Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel." R.

Segunda Lectura: Filipenses 4, 4-7
"El Señor está cerca"


Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres.Que vuestra mesura la conozca todo el mundo.El Señor está cerca.Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios.Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

+Evangelio: Lucas 3, 10-18
"¿Qué hacemos nosotros?"


¿Qué hacemos nosotros?En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: "¿Entonces, qué hacemos?"Él contestó: "El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo."Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: "Maestro, ¿qué hacemos nosotros?"Él les contestó: "No exijáis más de lo establecido."Unos militares le preguntaron: "¿Qué hacemos nosotros?"Él les contestó: "No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga."El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: "Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizara con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga."Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.

sábado, 5 de diciembre de 2015

"QUE LO TORCIDO SE ENDERECE, LO ESCABROSO SE IGUALE. Y TODOS VERAN LA SALVACIÓN DE DIOS" - Reflexiones de Adviento: (Ciclo C)

 
Las lecturas de este segundo domingo de Adviento continúan el vaivén entre los hechos históricos y los cambios espirituales, entre la venida de Cristo hace mas de 2000 años y su segunda futura venida.

En la Primera Lectura del Profeta Baruc (Ba. 5, 1-9), encontramos la descripción de la ciudad de Jerusalén vacía y triste porque sus habitantes no están allí, sino en el exilio. Pero el Profetainvita a Jerusalén a alegrarse porque sus hijos desterrados volverán a la ciudad y serán conducidos del destierro a través del desierto por el mismo Dios.

Ahora bien, Jerusalén siempre es también símbolo de la Iglesia, que tiene muchos hijos también en exilio, fuera de sus muros, fuera de su influencia, alejados de ella. ¿Cómo se han exilado? Por el pecado, por la oposición a Dios y a sus leyes y designios. Y la Iglesia, la nueva Jerusalén, no deja de llamarnos a todos, especialmente en este tiempo de preparación que es el Adviento.

Y Dios prepara ese camino, como nos dice el Profeta Baruc, “abajando montañas y colinas, rellenando los valles hasta aplanar la tierra, para que Israel (el pueblo de Dios, su Iglesia) camine seguro bajo la gloria de Dios”. Además, “los bosques y los árboles fragantes le darán sombra por orden de Dios ... escoltándolo con su misericordia y su justicia.”

El Profeta anunciaba la preparación que Dios iba a hacer en el camino de regreso a través del desierto para que los desterrados pudieran volver a Jerusalén. Pero cuando San Juan Bautista, un siglo después de Baruc, comienza su predicación para preparar y anunciar la llegada del Mesías, retoma las palabras del Profeta y le da a las mismas un sentido espiritual.

En el Evangelio de hoy (Lc. 3, 1-6) San Lucas nos da al principio datos muy precisos de tiempo y lugar para ubicar con exactitud histórica al Bautista. También define a San Juan Bautista como “la voz que resuena en el desierto” anunciada por el Profeta Isaías (Is. 40, 3-5) quien también describe como Baruc el terreno que ha de aplanarse en el desierto.

O sea que San Juan Bautista, el Precursor, anunciador del Mesías, quien era su primo Jesús de Nazaret, utiliza las palabras de los Profetas antiguos para realizar su misión, la de “preparar” el camino del Señor:

“Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle sea rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados”.

Y ¿qué significa eso de enderezar, rellenar y rebajar y aplanar el terreno del desierto? ¿Qué obra de ingeniería vial es ésa, mediante la cual “todos los hombres verán la salvación de Dios”?

Es la obra de ingeniería divina que Dios realiza con su gracia en nuestras almas. Nuestras almas son un desierto irrigado por la gracia divina, un desierto irregular con picos y hondonadas; sinuoso, con curvas y recovecos; su superficie es áspera con huecos y salientes. Y el Señor tiene que uniformarlo, hacerlo recto en todas sus dimensiones a lo ancho y largo, a lo alto y profundo, de un lado a otro.

El Señor tiene que enderezar las curvas torcidas de nuestra mente, que busca sus propios caminos equivocados de racionalismo y engreimiento. El Señor tiene que rellenar las hendiduras de nuestras bajezas, cuando preferimos comprar lo que nos vende el Demonio, en vez de optar por la Voluntad de Dios. El Señor tiene que tumbar y rebajar las colinas y montañas de nuestro orgullo, cuando creemos que podemos ser como Dios, al pretender decidir por nosotros mismos lo que es bueno o malo; o cuando creemos poder cuestionar a Dios sus planes para nuestra vida, sin darnos cuenta que El -nuestro Creador y Padre- es quien sabe lo que nos conviene a cada uno. El Señor tiene que suavizar con su Amor la superficie de nuestra alma, para quitar la aspereza de nuestro egoísmo, cuando no sabemos amarlo ni a El ni a los demás, sino que nos amamos sólo a nosotros mismos.

¡Es toda una obra de Ingeniería Divina! Y es una obra de ingeniería que requiere nuestra colaboración. Es una obra de conversión, de purificar y cambiar lo que no está acorde con la Voluntad Divina. Esta conversión es especialmente importante en el Adviento, tiempo dedicado a este cambio interior. Pero no basta convertirnos en Adviento, en estas semanas anteriores a la Navidad. Es que nuestra vida tiene que ser un continuado Adviento que nos prepare a nuestro encuentro con Dios.

Y ese encuentro será cuando pasemos a la otra vida, o en el momento en que Cristo vuelva en gloria como Juez Supremo de toda la humanidad. Sea cual fuere la forma de nuestro encuentro con el Señor, es un encuentro ineludible, lo más seguro que tenemos, el cual nos puede llegar en cualquier momento, como bien lo anuncia el Señor: “llegará como el ladrón”, cuando menos lo pensemos. Para cualquiera de las dos eventualidades tenemos que estar preparados, muy bien preparados, con el desierto de nuestra alma bien irrigado de la gracia divina y bien allanado con los cambios que Dios haya querido hacer en ella.

Y ese encuentro deberá encontrarnos como nos dice San Pablo en la Segunda Lectura (Flp. 1, 4-6.8-11): “limpios e irreprochables al día de la venida de Cristo, llenos de los frutos de la justicia, que nos viene de Cristo Jesús”.

El mismo San Pablo nos da la clave para estar bien preparados: “escoger siempre lo mejor”. Y lo mejor no puede ser lo que nos provoque, lo que nos guste, lo que deseemos. Lo mejor siempre será lo que Dios desee. El camino de santidad, de justicia -como usa el término San Pablo- consiste en ir haciendo que nuestro deseos vayan cambiándose por los deseos de Dios. No suelen coincidir los deseos divinos con los humanos y esto sucede cuando la voluntad no está iluminada por Dios, sino que está oscurecida por el mundo, por el demonio o por la carne.

Y no temamos, porque -como nos dice San Pablo- “Aquél que comenzó en ustedes su obra, la irá perfeccionando hasta el día de la venida de Cristo Jesús”.

En efecto, si nos dejamos llevar por la gracia divina, si dejamos a Dios hacer su obra de ingeniería y colaboramos, El que comenzó su obra de santificación en cada uno de nosotros, la llevará hasta su culminación cuando sea nuestro encuentro con El. Que así sea.
 
(homilia.org)

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO: (Ciclo C)

Lecturas de la liturgia:

Primera Lectura: Baruc 5, 1-9
"Dios mostrará tu esplendor"

Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te da, envuélvete en el manto de la justicia de Dios y ponte en la cabeza la diadema de la gloria del Eterno, porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo.Dios te dará un nombre para siempre: "Paz en la justicia" y "Gloria en la piedad".Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia el oriente y contempla a tus hijos, reunidos de oriente a occidente a la voz del Santo, gozosos invocando a Dios.A pie se marcharon, conducidos por el enemigo, pero Dios te los traerá con gloria, como llevados en carroza real.Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados y a las colinas encumbradas, ha mandado llenarse a los barrancos hasta allanar el suelo,para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios.Ha mandado al boscaje y a los árboles aromáticos hacer sombra a Israel.Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia.

Salmo Responsorial: 125
"El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres."

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares. R.Hasta los gentiles decían: "El Señor ha estado grande con ellos." El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres. R.Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares. R.Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas. R.

Segunda Lectura: Filipenses 1, 4-6. 8-11
"Que lleguéis al día de Cristo limpios e irreprochables"

Que lleguéis al día de Cristo limpios e irreprochablesHermanos: Siempre que rezo por todos vosotros, lo hago con gran alegría.Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del Evangelio, desde el primer día hasta hoy.Ésta es mi convicción: que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús.Testigo me es Dios de lo entrañablemente que os echo de menos, en Cristo Jesús.Y esta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.Así llegaréis al día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios.

+ Evangelio: Lucas 3, 1-6
"Todos verán la salvación de Dios"

En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: "Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios."