viernes, 27 de marzo de 2015

LOS SIETE DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA (VI): Vivamos con María la Cuaresma....

Sexto Dolor - María recibe el Cuerpo de Jesús al ser bajado de la Cruz (Marcos 15, 42-46)

Considera el amargo dolor que sintió el Corazón de María cuando el cuerpo de su querido Jesús fue bajado de la cruz y colocado en su regazo. Oh, Madre Dolorosa, nuestros corazones se estremecen al ver tanta aflicción. Haz que permanezcamos fieles a Jesús hasta el último instante de nuestras vidas.

-Padrenuestro, siete Ave Marías, Gloria al Padre.

Oración final:

Oh Doloroso e Inmaculado Corazón de María, morada de pureza y santidad, cubre mi alma con tu protección maternal a fin de que siendo siempre fiel a la voz de Jesús, responda a Su amor y obedezca Su divina voluntad. Quiero, Madre mía, vivir íntimamente unido a tu Corazón que está totalmente unido al Corazón de tu Divino Hijo. Átame a tu Corazón y al Corazón de Jesús con tus virtudes y dolores. Protégeme siempre.

Amén.

miércoles, 25 de marzo de 2015

!ALEGRATE TÚ, LA SIEMPRE BENDITA! (De la homilia del 25 de marzo de 2007 del Papa Benedicto XVI)


Queridos hermanos y hermanas:

El 25 de marzo se celebra la solemnidad de la Anunciación de la Virgen María. Este año, coincide con un domingo de Cuaresma y por este motivo se celebrará mañana. De todos modos, quisiera detenerme a reflexionar sobre este estupendo misterio de la fe, que contemplamos cada día al rezar el Angelus.

La Anunciación, narrada al inicio del Evangelio de san Lucas, es un acontecimiento humilde, escondido --nadie lo vio, sólo lo presenció María--, pero al mismo tiempo decisivo para la historia de la humanidad. Cuando la Virgen pronunció su «sí» al anuncio del ángel, Jesús fue concebido y con Él comenzó la nueva era de la historia, que después sería sancionada en la Pascua como «nueva y eterna Alianza».

En realidad, el «sí» de María es el reflejo perfecto del «sí» de Cristo, cuando entró en el mundo, como escribe la Carta a los Hebreos interpretando el Salmo 39: «¡He aquí que vengo - pues de mí está escrito en el rollo del libro - a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (10, 7). La obediencia del Hijo se refleja en la obediencia de la Madre y de este modo, gracias al encuentro de estos dos «síes», Dios ha podido asumir un rostro de hombre. Por este motivo la Anunciación es también una fiesta cristológica, pues celebra un misterio central de Cristo: su Encarnación.

«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». La respuesta de María al ángel continúa en la Iglesia, llamada a hacer presente a Cristo en la historia, ofreciendo su propia disponibilidad para que Dios siga visitando a la humanidad con su misericordia.

El «sí» de Jesús y de María se renueva de este modo en el «sí» de los santos, especialmente de los mártires, que son asesinados a causa del Evangelio. Lo subrayo recordando que ayer, 24 de marzo, aniversario del asesinato de monseñor Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, se celebró la Jornada de Oración y de Ayuno por los Misioneros Mártires: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, asesinados en el cumplimiento de su misión de evangelización y de promoción humana. Ellos, los misioneros mártires, como dice el tema de este año, son «esperanza para el mundo», pues testimonian que el amor de Cristo es más fuerte que la violencia y el odio. No han buscado el martirio, pero han estado dispuestos a dar la vida para ser fieles al Evangelio. El martirio cristiano sólo se justifica como supremo acto de amor a Dios y a los hermanos.

En este período de Cuaresma contemplamos más frecuentemente a la Virgen que en el Calvario sella el «sí» pronunciado en Nazaret. Unida a Jesús, testigo del amor del Padre, María vivió el martirio del alma. Invoquemos con confianza su intercesión para que la Iglesia, fiel a su misión, dé al mundo entero testimonio valiente del amor de Dios.

sábado, 21 de marzo de 2015

"SI EL GRANO DE TRIGO NO CAE EN TIERRA Y MUERE, QUEDA INFECUNDO; PERO SI MUERE, DA MUCHO FRUTO" - Reflexiones de Cuaresma: (Ciclo B)


En el Evangelio de hoy tiene lugar enseguida de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, donde iba a ser entregado para su Muerte en la cruz. Allí Jesús informó a sus discípulos y a algunos seguidores, lo que estaba a punto de suceder días después: su Pasión, Muerte y posterior Resurrección.

Para ello, utiliza la imagen de una semilla que debe morir al ser plantada para dar paso a una vida nueva. Nos habla el Señor de una semilla de trigo, fruto muy utilizado en su tierra, que además se aplicaba muy bien a El, Quien se nos convertiría después en el mejor fruto que planta de trigo podía producir, ya que a partir del Jueves Santo, Jesús sería para nosotros el Pan Eucarístico.

Sin embargo, ¿cómo se aplican a nosotros esas palabras del Señor: “Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto”? ¿Se aplican esas palabras sólo a El o también a nosotros? ... Si hemos de seguir el ejemplo y las exigencias de Cristo, ciertamente también se aplican a nosotros.

Y para comprender el significado de esto debemos pasar a las siguientes palabras del Señor: “El que ama su vida la destruye, y el que desprecia su vida en este mundo la conserva para la vida eterna” ( Jn. 12, 20-33).
Ahora bien ... ¿puede realizarse la paradoja, la aparente contradicción de perder para ganar, entregar para obtener, morir para vivir? ... Debe ser así, pues es lo que el Señor nos propone cuando nos advierte que quien pretenda conservar su vida la perderá, pero quien la entregue la conservará.

En el diálogo del Señor que nos relata hoy el Evangelio de San Juan, vemos que se estaba dirigiendo a sus discípulos -que eran hebreos- y a unos griegos, seguramente abiertos al mensaje de Jesús, que habían llegado a Jerusalén y querían ver al Maestro.

Y sucedió que en este diálogo también interviene Dios Padre.

Notemos que Jesús muestra rasgos muy genuinos de su humanidad, pues confiesa a sus oyentes que tiene miedo. “Ahora que tengo miedo, ¿voy a decirle a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? Y se contesta enseguida: “No, si precisamente para esta hora he venido”.

Jesús no elude el sufrimiento y la muerte, sino que confirma su entrega por nosotros, su entrega a la Voluntad del Padre, Quien muestra su presencia en ese momento.

La voz del Padre parece ser una respuesta al Hijo, Quien le pide: “Padre, dale gloria tu nombre”. Jesús, luego confirma por qué el Padre se ha hecho presente: “Esta voz no ha venido por Mí, sino por ustedes”.
Es una nueva oportunidad para fortalecer la fe de los discípulos. Y qué dice el Padre: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. Alusión directa a la Resurrección de Cristo, que sucedería -como estaba prometido- al tercer día de su vergonzosa muerte en la cruz.

Poquísimas veces se ve la manifestación directa del Padre en los Evangelios, una de ellas –la menos conocida, tal vez- es ésta. Recordemos que allí estaban presentes hebreos y gentiles. Tal vez por ello Jesús luego hace alusión a que su Reino se extendería a todos, judíos y no judíos: “Cuando Yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia Mí”.

Nos dice el Evangelista que aludía a su muerte en la cruz. Y sabemos cómo se cumplieron las palabras del Señor, pues después de su Muerte, su Resurrección, su Ascensión y Pentecostés, la Iglesia por El fundada se extendió por todas partes, con la predicación de los Apóstoles.

Nos dijo Jesús que su Reino se extendería a todos, porque iba a ser arrojado el príncipe de este mundo (el Demonio) ... y El, a través de su muerte en cruz y por la gloria de su Resurrección, atraería a todos hacia El. Palabras de esperanza y seguridad para todos los que nos dejamos “atraer” por El, por su doctrina y por su ejemplo.

Palabras también de compromiso, porque “dejarnos atraer por El” significa seguirlo en todo ... como El reiteradamente nos pide. Y “seguirlo en todo” significa seguirlo también en la muerte.

Por supuesto esto no significa que todos tengamos que morir en una cruz como El. Tampoco significa que todos tengamos que sufrir un martirio violento -como algunos sí lo tienen.

Significa más bien ese “morir” cada día a nuestro propio yo. Significa ese “perder la vida” que Jesús nos pide en este pasaje de San Juan y que también nos lo requiere en otra oportunidad, con palabras similares: “El que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por Mí, la asegurará” (Mt. 16, 25 - Mc. 8, 35 - Lc. 9, 24).

Hay la idea de que morir cuesta mucho, de que el trance de la muerte es un trance muy difícil. En realidad lo que más cuesta es la idea misma de “morir”. Pero la Palabra de Dios es clara, muy clara: debemos entregar nuestra vida, debemos morir a nosotros mismos, si realmente queremos vivir.

¿Qué significa entregar nuestra vida y morir a nuestro yo?

Significa entregar nuestros modos de ver las cosas, para que los modos de Dios sean los que rijan nuestra vida, no los nuestros.

Significa entregar nuestros planes, para pedirle a Dios que nos muestre Sus planes para nuestra vida, y realizar esos planes, no los nuestros.

Significa entregar nuestra voluntad a Dios, para que sea Su Voluntad y no la nuestra la que sigamos durante nuestra vida en la tierra.

Es, entonces, un continuo morir a lo que este mundo nos propone como deseable y hasta conveniente.
Pero pensemos: ¿quién es el dueño de este mundo? Ya Dios nos advierte en su Palabra quién rige el mundo: aquél que es llamado en este pasaje “príncipe ( o amo) de este mundo”. Si observamos bien, los valores que nos propone el mundo son muy diferentes a los de Dios. Los criterios de este mundo son también muy diferentes a los de Dios.

Y cada vez que optamos por ese “perder la vida de este mundo”, cada vez que optamos por “morir” a nuestro yo, es decir, a nuestras propias inclinaciones, deseos, ideas, criterios, planes, etc., de hecho estamos optando por el bando de Dios, que es el bando ganador.

De no vivir día a día esa continua renuncia a nosotros mismos, esa continua muerte a nuestro yo, no podremos dar fruto. Seremos “infecundos”. “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo”. No dará fruto.

Y ¿cuál fue el fruto de Cristo? Lo sabemos bien y nos lo recuerda la Segunda Lectura (Hb. 5, 7-9): “se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen”.

¿Cuál será nuestro fruto si optamos por ser fecundos, si optamos por morir con Cristo? Si morimos con El, viviremos con El ... y también salvaremos con El, pues nuestra oblación, nuestra entrega, unida a El, dará fruto para nosotros mismos y para los demás: nos salvaremos nosotros y salvaremos a otros. Serán frutos de Vida Eterna para nosotros mismos y para los demás. Es lo que llama Juan Pablo II en su Encíclica “Salvifici Doloris” sobre el sufrimiento humano, “el valor redentor del sufrimiento”.

La Primera Lectura del Profeta Jeremías (Jr. 31, 31-34) nos habla de la Nueva Alianza que Dios establecería con su pueblo. El Señor pondría su Ley en lo más profundo de nuestras mentes y la grabaría en nuestros corazones.

Y nos dice: “Todos me van a conocer, desde el más pequeño hasta el mayor de todos, cuando Yo les perdone su culpas y olvide para siempre sus pecados”. Nos dice que lo vamos a conocer porque nos va a perdonar y se va a olvidar nuestros pecados. No lo vamos a conocer por su castigo, sino por su perdón. Esa es su tarjeta de presentación: su Amor Infinito que perdona y olvida todo nuestro mal.

Cristo, entonces, se hizo Hombre y vivió y sufrió y murió y resucitó para que nuestros pecados fueran perdonados y pudiéramos tener acceso nosotros a la resurrección y a la Vida Eterna.

El Salmo de hoy es el #50, el Salmo de David arrepentido de su horrible y múltiple pecado. “Crea en mí un corazón puro ...Lávame de todos mis delitos y olvida mis ofensas ... Devuélveme la alegría de la salvación ...” Bellísimo Salmo propio para orar cuando nos queremos arrepentir de nuestros pecados. Muy apropiado para pedir nuestra conversión al Señor, para implorar su misericordia.

Próximos ya a la Semana Santa cuando conmemoraremos la entrega total que Cristo hizo de Sí mismo, perdiendo su vida para darnos una nueva Vida a todos nosotros, es tiempo propicio para una profunda conversión.

Reflexionando sobre las palabras del Evangelio y aplicándolas a nuestra vida espiritual, podríamos pedir al Señor esta gracia de conversión profunda que significa el poder comprender y realizar este ideal que nos propone y nos muestra Cristo: morir para vivir, perder para ganar, entregar para obtener.

Para ello, utiliza la imagen de una semilla que debe morir al ser plantada para dar paso a una vida nueva. Nos habla el Señor de una semilla de trigo, fruto muy utilizado en su tierra, que además se aplicaba muy bien a El, Quien se nos convertiría después en el mejor fruto que planta de trigo podía producir, ya que a partir del Jueves Santo, Jesús sería para nosotros el Pan Eucarístico.

Sin embargo, ¿cómo se aplican a nosotros esas palabras del Señor: “Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto”? ¿Se aplican esas palabras sólo a El o también a nosotros? ... Si hemos de seguir el ejemplo y las exigencias de Cristo, ciertamente también se aplican a nosotros.

Y para comprender el significado de esto debemos pasar a las siguientes palabras del Señor: “El que ama su vida la destruye, y el que desprecia su vida en este mundo la conserva para la vida eterna” ( Jn. 12, 20-33).
Ahora bien ... ¿puede realizarse la paradoja, la aparente contradicción de perder para ganar, entregar para obtener, morir para vivir? ... Debe ser así, pues es lo que el Señor nos propone cuando nos advierte que quien pretenda conservar su vida la perderá, pero quien la entregue la conservará.

En el diálogo del Señor que nos relata hoy el Evangelio de San Juan, vemos que se estaba dirigiendo a sus discípulos -que eran hebreos- y a unos griegos, seguramente abiertos al mensaje de Jesús, que habían llegado a Jerusalén y querían ver al Maestro.

Y sucedió que en este diálogo también interviene Dios Padre.

Notemos que Jesús muestra rasgos muy genuinos de su humanidad, pues confiesa a sus oyentes que tiene miedo. “Ahora que tengo miedo, ¿voy a decirle a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? Y se contesta enseguida: “No, si precisamente para esta hora he venido”.

Jesús no elude el sufrimiento y la muerte, sino que confirma su entrega por nosotros, su entrega a la Voluntad del Padre, Quien muestra su presencia en ese momento.

La voz del Padre parece ser una respuesta al Hijo, Quien le pide: “Padre, dale gloria tu nombre”. Jesús, luego confirma por qué el Padre se ha hecho presente: “Esta voz no ha venido por Mí, sino por ustedes”.
Es una nueva oportunidad para fortalecer la fe de los discípulos. Y qué dice el Padre: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. Alusión directa a la Resurrección de Cristo, que sucedería -como estaba prometido- al tercer día de su vergonzosa muerte en la cruz.

Poquísimas veces se ve la manifestación directa del Padre en los Evangelios, una de ellas –la menos conocida, tal vez- es ésta. Recordemos que allí estaban presentes hebreos y gentiles. Tal vez por ello Jesús luego hace alusión a que su Reino se extendería a todos, judíos y no judíos: “Cuando Yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia Mí”.

Nos dice el Evangelista que aludía a su muerte en la cruz. Y sabemos cómo se cumplieron las palabras del Señor, pues después de su Muerte, su Resurrección, su Ascensión y Pentecostés, la Iglesia por El fundada se extendió por todas partes, con la predicación de los Apóstoles.

Nos dijo Jesús que su Reino se extendería a todos, porque iba a ser arrojado el príncipe de este mundo (el Demonio) ... y El, a través de su muerte en cruz y por la gloria de su Resurrección, atraería a todos hacia El. Palabras de esperanza y seguridad para todos los que nos dejamos “atraer” por El, por su doctrina y por su ejemplo.

Palabras también de compromiso, porque “dejarnos atraer por El” significa seguirlo en todo ... como El reiteradamente nos pide. Y “seguirlo en todo” significa seguirlo también en la muerte.
Por supuesto esto no significa que todos tengamos que morir en una cruz como El. Tampoco significa que todos tengamos que sufrir un martirio violento -como algunos sí lo tienen.

Significa más bien ese “morir” cada día a nuestro propio yo. Significa ese “perder la vida” que Jesús nos pide en este pasaje de San Juan y que también nos lo requiere en otra oportunidad, con palabras similares: “El que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por Mí, la asegurará” (Mt. 16, 25 - Mc. 8, 35 - Lc. 9, 24).

Hay la idea de que morir cuesta mucho, de que el trance de la muerte es un trance muy difícil. En realidad lo que más cuesta es la idea misma de “morir”. Pero la Palabra de Dios es clara, muy clara: debemos entregar nuestra vida, debemos morir a nosotros mismos, si realmente queremos vivir.

¿Qué significa entregar nuestra vida y morir a nuestro yo?

Significa entregar nuestros modos de ver las cosas, para que los modos de Dios sean los que rijan nuestra vida, no los nuestros.

Significa entregar nuestros planes, para pedirle a Dios que nos muestre Sus planes para nuestra vida, y realizar esos planes, no los nuestros.

Significa entregar nuestra voluntad a Dios, para que sea Su Voluntad y no la nuestra la que sigamos durante nuestra vida en la tierra.

Es, entonces, un continuo morir a lo que este mundo nos propone como deseable y hasta conveniente.
Pero pensemos: ¿quién es el dueño de este mundo? Ya Dios nos advierte en su Palabra quién rige el mundo: aquél que es llamado en este pasaje “príncipe ( o amo) de este mundo”. Si observamos bien, los valores que nos propone el mundo son muy diferentes a los de Dios. Los criterios de este mundo son también muy diferentes a los de Dios.

Y cada vez que optamos por ese “perder la vida de este mundo”, cada vez que optamos por “morir” a nuestro yo, es decir, a nuestras propias inclinaciones, deseos, ideas, criterios, planes, etc., de hecho estamos optando por el bando de Dios, que es el bando ganador.

De no vivir día a día esa continua renuncia a nosotros mismos, esa continua muerte a nuestro yo, no podremos dar fruto. Seremos “infecundos”. “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo”. No dará fruto.

Y ¿cuál fue el fruto de Cristo? Lo sabemos bien y nos lo recuerda la Segunda Lectura (Hb. 5, 7-9): “se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen”.

¿Cuál será nuestro fruto si optamos por ser fecundos, si optamos por morir con Cristo? Si morimos con El, viviremos con El ... y también salvaremos con El, pues nuestra oblación, nuestra entrega, unida a El, dará fruto para nosotros mismos y para los demás: nos salvaremos nosotros y salvaremos a otros. Serán frutos de Vida Eterna para nosotros mismos y para los demás. Es lo que llama Juan Pablo II en su Encíclica “Salvifici Doloris” sobre el sufrimiento humano, “el valor redentor del sufrimiento”.

La Primera Lectura del Profeta Jeremías (Jr. 31, 31-34) nos habla de la Nueva Alianza que Dios establecería con su pueblo. El Señor pondría su Ley en lo más profundo de nuestras mentes y la grabaría en nuestros corazones.

Y nos dice: “Todos me van a conocer, desde el más pequeño hasta el mayor de todos, cuando Yo les perdone su culpas y olvide para siempre sus pecados”. Nos dice que lo vamos a conocer porque nos va a perdonar y se va a olvidar nuestros pecados. No lo vamos a conocer por su castigo, sino por su perdón. Esa es su tarjeta de presentación: su Amor Infinito que perdona y olvida todo nuestro mal.

Cristo, entonces, se hizo Hombre y vivió y sufrió y murió y resucitó para que nuestros pecados fueran perdonados y pudiéramos tener acceso nosotros a la resurrección y a la Vida Eterna.

El Salmo de hoy es el #50, el Salmo de David arrepentido de su horrible y múltiple pecado. “Crea en mí un corazón puro ...Lávame de todos mis delitos y olvida mis ofensas ... Devuélveme la alegría de la salvación ...” Bellísimo Salmo propio para orar cuando nos queremos arrepentir de nuestros pecados. Muy apropiado para pedir nuestra conversión al Señor, para implorar su misericordia.

Próximos ya a la Semana Santa cuando conmemoraremos la entrega total que Cristo hizo de Sí mismo, perdiendo su vida para darnos una nueva Vida a todos nosotros, es tiempo propicio para una profunda conversión.

Reflexionando sobre las palabras del Evangelio y aplicándolas a nuestra vida espiritual, podríamos pedir al Señor esta gracia de conversión profunda que significa el poder comprender y realizar este ideal que nos propone y nos muestra Cristo: morir para vivir, perder para ganar, entregar para obtener.

(homilia.org)

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA: (Ciclo B)

Lecturas de la liturgia:

Primera Lectura: Jeremías 31,31-34
"Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados"

"Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor -oráculo del Señor-. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días -oráculo del Señor-: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: "Reconoce al Señor." Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande -oráculo del Señor-, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados."

Salmo Responsorial: 50
"Oh Dios, crea en mí un corazón puro."


Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa; / lava del todo mi delito, / limpia mi pecado. R. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, / renuévame por dentro con espíritu firme; / no me arrojes lejos de tu rostro, / no me quites tu santo espíritu. R. Devuélveme la alegría de tu salvación, / afiánzame con espíritu generoso: / enseñaré a los malvados tus caminos, / los pecadores volverán a ti. R.

Segunda Lectura: Hebreos 5,7-9
"Aprendió a obedecer y se ha convertido en autor de salvación eterna"

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando es su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

Evangelio: Juan 12,20-33
"Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto"

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: "Señor, quisiéramos ver a Jesús." Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre." Entonces vino una voz del cielo: "Lo he glorificado y volveré a glorificarlo." La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: "Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí." Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

viernes, 20 de marzo de 2015

LOS SIETE DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA (V) : Vivamos con María la Cuaresma....

Quinto Dolor - Jesús muere en la Cruz (Juan 19,17-39)

Contempla los dos sacrificios en el Calvario - uno, el cuerpo de Jesús; el otro, el corazón de María. Triste es el espectáculo de la Madre del Redentor viendo a su querido Hijo cruelmente clavado en la cruz. Ella permaneció al pie de la cruz y oyó a su Hijo prometerle el cielo a un ladrón y perdonar a Sus enemigos. Sus últimas palabras dirigidas a Ella fueron: "Madre, he ahí a tu hijo." Y a nosotros nos dijo en Juan: "Hijo, he ahí a tu Madre." María, yo te acepto como mi Madre y quiero recordar siempre que Tú nunca le fallas a tus hijos.

-Padrenuestro, siete Ave Marías, Gloria al Padre.

Oración final:

Oh Doloroso e Inmaculado Corazón de María, morada de pureza y santidad, cubre mi alma con tu protección maternal a fin de que siendo siempre fiel a la voz de Jesús, responda a Su amor y obedezca Su divina voluntad. Quiero, Madre mía, vivir íntimamente unido a tu Corazón que está totalmente unido al Corazón de tu Divino Hijo. Átame a tu Corazón y al Corazón de Jesús con tus virtudes y dolores. Protégeme siempre.
Amén.

jueves, 19 de marzo de 2015

A SAN JOSÉ - Poesía de Santa Teresa del Niño Jesús, Doctora de la Iglesia.

 Vuestra admirable vida
en la sombra, José, se deslizó
humilde y escondida,
¡pero fue augusto privilegio vuestro
contemplar muy de cerca la belleza
de Jesús y María!
 
Estribillo:
 José, tierno Padre,
protege al Carmelo.
Que en la tierra tus hijos
gocen ya la paz del cielo. (bis)


¡Más de una vez, el que es Hijo de Dios,
y entonces era niño
y sometido en todo a la obediencia vuestra,
sobre el dulce refugio de vuestro pecho amante
descansó con placer!


Y como vos, nosotros,
en la tranquila soledad, servimos
a María y Jesús,
nuestro mayor cuidado es contentarles,
no deseamos más.


A vos, Teresa, nuestra santa Madre,
acudía amorosa y confiada
en la necesidad,
y asegura que nunca su plegaria
dejasteis de escuchar.


Tenemos la esperanza de que un día,
cuando haya terminado la prueba de esta vida,
al lado de María iremos, Padre, a veros.


Estribillo:
 Bendecid, tierno Padre,
nuestro Carmelo,
y tras el destierro de esta vida
¡reunidnos en el cielo! 


 (Teresa del Niño Jesús y la Santa Faz - 1894)

Nicho de San José en el Carmelo de Lisieux al cual Teresita arrojaba sus flores.
 Sor Inés de Jesús relatá: Teresa había estado tirando flores al San José del jardín (al final de la avenida de los castaños) diciendo con un tono infantil y lleno de gracia: "¡Hey!"

Sor Inés le pregunta: ¿Por qué usted lanza flores a San José? ¿Es para conseguir alguna gracia?
 
Y Teresita le responde: ¡Ah! no jamas! Esto es para hacerlo feliz. No doy para recibir.

(11 de Junio de 1897 - Últimas Conversaciones)

sábado, 14 de marzo de 2015

"LO MISMO QUE MOISÉS ELEVÓ LA SERPIENTE EN EL DESIERTO, ASÍ TIENE QUE SER ELEVADO EL HIJO DEL HOMBRE, PARA QUE TODO EL QUE CREA EN ÉL TENGA VIDA ETERNA" - Reflexiones de Cuaresma: (Ciclo B)


La Segunda Lectura y el Evangelio de hoy nos hablan de salvación y condenación, de fe y obras.

“El que cree en El, no será condenado.  Pero el que no cree, ya está condenado, por no haber creído en el Hijo Unico de Dios” (Jn. 3, 14-21).

Duras y decisivas palabras.  Palabra de Dios escrita por “el discípulo amado”,  el Evangelista San Juan.  Palabras que sentencian la importancia de la fe: el que no cree en Jesucristo, Hijo de Dios hecho Hombre...  ya está condenado.  Pero cabe, entonces la pregunta:   ¿el que sí cre ... ya está salvado?   ¿Basta la fe para que seamos salvados?

Esta pregunta necesariamente nos recuerda las diferencias -hasta hace poco infranqueables- entre Católicos y Protestantes.  Sólo la fe basta, se adujo en la Reforma que llevó a cabo la lamentable división iniciada por Lutero en 1517.

Fundamentándose en la Sagrada Escritura, la Iglesia Católica siempre ha sostenido que la fe sin obras no basta para la salvación.  Traducido  a la práctica significa que en el Bautismo recibimos como regalo de Dios la virtud de la Fe y la Gracia Santificante.  Y las “obras” consisten en cómo respondemos a ese don de Dios: con buenas obras, con malas obras o sin obras.

Para analizar, entonces, si la fe basta para la salvación y si las obras son necesarias, tenemos que referirnos a un documento, titulado “Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación”, firmado en 1999 entre la Iglesia Católica y la Iglesia Luterana, en que se trata precisamente este tema tan importante.  De ese histórico documento extraemos las siguientes citas (resaltados nuestros):

“Sólo por gracia mediante la fe en Cristo y su obra salvífica y no por algún mérito, nosotros somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones capacitándonos y llamándonos a buenas obras. (#15)

   “... en cuanto a pecadores nuestra nueva vida obedece únicamente al perdón y misericordia renovadora, que Dios imparte como un don y nosotros recibimos en la fe y nunca por mérito propio, cualquiera que éste sea”. (#17)

  “El ser humano depende enteramente de la gracia redentora de Dios ...  (el ser humano), por ser pecador es incapaz de merecer su justificación ante Dios o de acceder a la salvación por sus propios medios”. (#19)

“Cuando los católicos afirman que el ser humano “coopera” (en su salvación)... consideran que esa aceptación personal es en sí un fruto de la gracia y no una acción que dimana de la innata capacidad humana”. (#20)

Es conclusión: no somos capaces, por nosotros mismos, de justificarnos, es decir, de santificarnos o de salvarnos.  Nuestra salvación depende primeramente de Dios.  Pero el ser humano tiene su participación, la cual consiste en dar respuesta a todas las gracias que Dios nos ha dado y que sigue dándonos constantemente para ser salvados.  Eso es lo que la Teología Católica llama “obras”.  Nuestra imposibilidad de acceder por nosotros mismos a la salvación es tal, que hasta la capacidad para dar esa respuesta a la gracia divina, no viene de nosotros, sino de Dios.

De allí que también San Pablo nos diga: “La misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y El nos dio la vida con Cristo y en Cristo.  Por pura generosidad suya hemos sido salvados...  En efecto, ustedes han sido salvados por la gracia, mediante la fe;  y esto no se debe a ustedes mismos, sino que es un don de Dios” (Ef. 2, 4-10).

La Primera Lectura nos trae el final del Segundo Libro de las Crónicas (2 Cro. 36, 14-23), y en ella se nos relata cómo se pervirtió el pueblo de Israel, pues todos, incluyendo los Sumos Sacerdotes “multiplicaron sus infidelidades”.  Como si fuera poco, despreciaron la palabra que los Profetas, mensajeros de Dios, les llevaban.  Llegó un momento, nos dice el relato, que “la ira de Dios llegó a tal grado, ya no hubo remedio”.   La ciudad de Jerusalén con su Templo queda destruida por la invasión de los Caldeos, y “a los que escaparon de la espada, los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos”.  El reino pasó al dominio de los Persas, cumpliéndose lo anunciado por uno de esos Profetas despreciados, Jeremías.  Luego se nos relata  el regreso del pueblo de Israel de Babilonia a Jerusalén en los tiempos de Ciro, Rey de Persia.

Y esto necesariamente nos trae un tema candente: ¿Castiga Dios?

Cabe, entonces, preguntar: ¿qué es el castigo?  ¿para qué son los castigos?  Cuando un padre o una madre castigan a su hijo ¿por qué lo hacen?  ¿por venganza, acaso?  O el castigo es la forma de corregir al hijo, para que se encamine por el bien.  Es muy importante reflexionar sobre esto, para comprender que “la ira de Dios” y “los castigos de Dios” de que nos hablan la Escritura, especialmente el Antiguo Testamento, son más bien manifestaciones de la misericordia divina.  Dios -efectivamente- castiga, pero castiga para que los seres humanos aprendamos a enrumbarnos por el camino adecuado, por el camino que nos lleva a Dios.

Es lo que le sucedió al pueblo de Israel con ese exilio de 70 años a Babilonia.  Al regresar venían reformados, purificados.  Cuando Dios  permite un “aparente” mal –en este caso, la expulsión, el exilio y hasta la destrucción del Templo de Jerusalén- es para obtener un mayor bien.

Las infidelidades de los seres humanos para con Dios, nuestro Creador y nuestro Dueño, pueden llegar a niveles en que, como nos dice esta Primera Lectura, ya no haya otro remedio.  Por eso Dios a veces castiga.  Y castiga para que enderecemos el rumbo, para que volvamos nuestra mirada a El.

“Si mi pueblo -sobre el cual es invocado mi Nombre-
se humilla:
orando y buscando mi rostro,
y se vuelven de sus malos caminos,
Yo -entonces- los oiré desde los cielos,
perdonaré sus pecados
y sanaré su tierra.”
(2 Crónicas 7, 14)

Es orando y convirtiéndonos como Dios nos oirá, perdonará nuestros pecados y sanará nuestra tierra.

Antes de que nos llegue el final a cada uno con la muerte o antes de que llegue el final de los tiempos, Dios nos advierte por medio de su Palabra, por medio de las enseñanzas de la Iglesia, por medio de su Madre que se aparece en la tierra para advertirnos, para guiarnos, para llamarnos a la conversión.  Inclusive nos llama y nos advierte por medio de sus mensajeros, los profetas.  Y... ¿hacemos caso a todas estos llamados?

Llegará un momento, el momento del fin, que nos llegará con toda seguridad, bien con nuestra propia muerte o bien porque se termine el tiempo y pasemos a la eternidad.  En cualquiera de las dos instancias, en ese momento ya no hay sino salvación o condenación.

El Evangelio nos dice cuál es la causa de la condenación: “La causa de la condenación es ésta:  habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz”.

Cristo es la Luz que vino a este mundo, no para condenarlo, sino para salvarlo.

¿En qué consiste preferir la luz a las tinieblas?  ¿En qué consiste aprovechar la salvación que Jesucristo nos trajo?

Consiste en creer en El, seguirlo a El, tratar de ser como El y de actuar como El.

De esa forma estamos prefiriendo la Luz a las tinieblas.  De esa forma, estamos aprovechando las gracias de salvación, que “sin ningún mérito nuestro”, nos han sido “regaladas” por Dios, a través de su Hijo, Jesucristo.

Y Dios nos regala así, porque a pesar de nuestras infidelidades, a pesar de las veces que nos oponemos a El, de las veces que lo retamos, de las veces que lo cuestionamos, de las veces que le damos la espalda, El nos quiere salvados para que vivamos con El para siempre en la gloria del Cielo.

Entonces, a la gracia de la salvación realizada por Jesucristo respondemos con nuestras “obras”: oración, santidad, buenas acciones, obras de misericordia…  Pero recordando que nuestra respuesta en obras es también don de Dios, porque el deseo y la posibilidad de realizarlas también vienen de Dios, para que nadie se equivoque (y de paso peque) creyendo que es muy capaz de salvarse y de ser santo con su esfuerzo.  (homilia.org)

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA, o de "Laetare": (Ciclo B)

Lecturas de la liturgia:

    Primera Lectura: II Corintios 36,14-16.19-23
 "La ira y la misericordia del Señor se manifiestan en la deportación y en la liberación del pueblo"

    En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio. Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta Jeremías: "Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años." En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de Jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: "Así habla Ciro, rey de Persia: "El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!""

    Salmo Responsorial: 136
"Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti."

    Junto a los canales de Babilonia / nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión; / en los sauces de sus orillas / colgábamos nuestras cítaras. R. Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar; / nuestros opresores, a divertirlos: / "Cantadnos un cantar de Sión." R. ¡Cómo cantar un cántico del Señor / en tierra extranjera! / Si me olvido de ti, Jerusalén, / que se me paralice la mano derecha. R. Que se me pegue la lengua al paladar / si no me acuerdo de ti, / si no pongo a Jerusalén / en la cumbre de mis alegrías. R.

    Segunda Lectura: Efesios 2,4-10
  "Estando muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo"

    Hermanos: Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.

    Evangelio: Juan 3,14-21
 "Dios mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él"

    En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: "Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios."

viernes, 13 de marzo de 2015

LOS SIETE DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA (IV): Vivamos con María la Cuaresma....


Cuarto Dolor - María se encuentra con Jesús camino al Calvario (IV Estación del Vía Crucis)

Acércate, querido cristiano, ven y ve si puedes soportar tan triste escena. Esta Madre, tan dulce y amorosa, se encuentra con su Hijo en medio de quienes lo arrastran a tan cruel muerte. Consideren el tremendo dolor que sintieron cuando sus ojos se encontraron - el dolor de la Madre bendita que intentaba dar apoyo a su Hijo. María, yo también quiero acompañar a Jesús en Su Pasión, ayúdame a reconocerlo en mis hermanos y hermanas que sufren.

-Padrenuestro, siete Ave Marías, Gloria al Padre.

Oración final:

Oh Doloroso e Inmaculado Corazón de María, morada de pureza y santidad, cubre mi alma con tu protección maternal a fin de que siendo siempre fiel a la voz de Jesús, responda a Su amor y obedezca Su divina voluntad. Quiero, Madre mía, vivir íntimamente unido a tu Corazón que está totalmente unido al Corazón de tu Divino Hijo. Átame a tu Corazón y al Corazón de Jesús con tus virtudes y dolores. Protégeme siempre.
Amén.

sábado, 7 de marzo de 2015

"DESTRUID ESTE TEMPLO, Y EN TRE DÍAS LO LEVANTARÉ" - Reflexiones de Cuaresma: (Ciclo B)



Hoy la Primera Lectura (Ex. 20, 1-7) y el Salmo (#18) nos hablan de la Ley de Dios. Y la Segunda Lectura (1 Cor. 1, 22-25) y el Evangelio (Jn. 2, 13-25) nos hablan de señales y de comercio.

El trozo del Libro del Éxodo nos trae los preceptos que promulgó el Señor para su pueblo:los Mandamientos de la Ley de Dios, que entregó a Moisés en el Monte Sinaí, esculpidos en piedra. Y cuando se piensa hoy en día en “ley”, en “mandamientos”, inmediatamente se nos ocurre pensar en restricciones a la libertad que ¡tanto! apreciamos y defendemos. Y no es así.

Como nos dice el Salmo de hoy (Sal 18): “la Ley de Señor es perfecta y reconforta el alma ... es alegría para el corazón ... luz para alumbrar el camino”. Muy contrario esto a lo que los hombres y mujeres de hoy pensamos de los preceptos de Dios.

Y recordamos, con motivo de esta lectura, la visita que el Papa Juan Pablo II hizo a comienzos del Tercer Milenio a ese sitio santo: el Monte Sinaí, donde Dios se reveló a Moisés y le entregó su Ley, los Mandamientos de la Alianza que Dios hizo con su Pueblo.

El Papa proclamó en esa visita allí justamente lo contrario a lo que los hombres y mujeres de hoy pensamos de la Ley de Dios. Preguntó el Papa: “Qué es esta Ley? ¡Es la Ley de la vida y de la libertad! Si el pueblo observa la Ley de Dios, conocerá la libertad para siempre”.

Juan Pablo II destacó la actualidad y el valor de los Diez Mandamientos, diciendo: “En el encuentro entre Dios y Moisés en este monte se encierra el corazón de nuestra religión, el misterio de la obediencia que nos hace libres. Los Diez Mandamientos no son la imposición arbitraria de un Señor tiránico. Fueron escritos en piedra, pero, ante todo, fueron escritos en el corazón del hombre como ley moral universal, válida en cualquier tiempo y lugar”.

Si revisamos bien los Diez Mandamientos, éstos son, como dice el Salmo, una guía invalorable para andar en el camino. Son una síntesis del amor a Dios y del amor al prójimo, y contienen exigencias mínimas para que la sociedad funcione debidamente.

En efecto, nos dice el Papa que los Mandamientos: “salvan al ser humano de la fuerza destructiva del egoísmo, del odio y del engaño”.

“Nos libran de la codicia de poder y de placer que altera el orden de la justicia y degrada nuestra dignidad y la de nuestro prójimo”.

Nos libran del amor a nosotros mismos, que es lo mismo que decir “egoísmo”, el cual no sólo hace daño a los demás, sino que, con frecuencia, nos lleva a sacar a Dios de nuestras vidas y a hacernos daño a nosotros mismos.

Los Diez Mandamientos nos libran también de las falsas divinidades, que sí nos quitan la libertad y nos llevan a la esclavitud.

Los Diez Mandamientos, nos recuerda Juan Pablo II, “son la ley de la libertad: no la libertad para seguir nuestras pasiones ciegas, sino la libertad de amar, de elegir el bien en cada situación”.
Para eso Dios nos hizo libres: para escoger el bien en cada situación, no para elegir el mal. Y los Mandamientos de Dios son esa guía hacia el bien. Y siguen vigentes hoy y siempre, porque la Ley de Dios, como nos dice el Salmo, “es santa y para siempre estable”.

Los Mandamientos no son restricciones, ni trabas. Son ayudas que nos ha dado Dios para el bien personal y también para el bien colectivo, pues son normas mínimas de relaciones humanas, para que podamos vivir en convivencia.

Mientras mejor se cumplen los mandamientos, mejor estamos en lo personal, en lo social, en lo nacional, en lo internacional.

Al leer el pasaje de los mercaderes del Templo de Jerusalén (Jn. 2, 13-25), los cuales fueron expulsados por Jesús a punta de látigo, las mesas de los cambistas volteadas y las monedas desparramadas por el suelo, tenemos que pensar qué nos quiere decir hoy a nosotros el Señor con este incidente. Y sobre todo cuando nos dice: “no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”. Puede estarse refiriendo a ese mercadeo y comercio, repugnante y dañino, que con mucha frecuencia usamos en nuestra relación con Dios, concretamente en nuestra forma de pedirle a Dios.

Si pensamos bien en la forma en que oramos ¿no se parece nuestra oración a un negocio que estamos conviniendo con Dios? “Yo te pido esto, esto o esto, y a cambio te ofrezco tal cosa” ¿Cuántas veces no hemos orado así? A veces también nuestra oración parece ser un pliego de peticiones, con una lista interminable de necesidades -reales o ficticias. A ambas actitudes puede estarse refiriendo el Señor cuando se opone al mercadeo en nuestra relación con El.

Fijémonos que en este pasaje del Evangelio los judíos “intervinieron para preguntarle ‘¿qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?’”. Y, a juzgar por la respuesta, al Señor no le gustó que le pidieran señales.
¿Y nosotros? ¿No pedimos también señales? “Dios mío, quiero un milagro”, nos atrevemos a pedirle al Señor. “Señor, dame una señal”. Más aún: ¡cómo nos gusta ir tras las señales extraordinarias! Estatuas que manan aceite o que lloran lágrimas de sangre, que cambian de posición, etc., etc.

Estos fenómenos extraordinarios pueden venir de Dios… o pueden no venir de Dios. Cuando no vienen de Dios sirven para desviarnos del camino que nos lleva a Dios, pues lo que pretende el Enemigo es que nos quedemos apegados a esas señales y que realmente no busquemos a Dios, sino que vayamos tras esas manifestaciones extraordinarias, sean aceite, sangre, lágrimas, escarchas, cambios de postura, etc., como si fueran Dios mismo.

Escarchas, lágrimas, fenómenos extraordinarios -cuando son realmente de origen divino- son signos de la presencia de Dios y de su Madre en medio de nosotros. Son signos de gracias especialísimas que sirven para llamarnos a la conversión, al cambio de vida, a enderezar rumbos para dirigir nuestra mirada y nuestro caminar hacia aquella Casa del Padre que es el Cielo que nos espera. Y allí llegaremos si cumplimos la Voluntad de Dios aquí en la tierra.

Y esas señales son justamente para ayudarnos a que nos acerquemos a Dios. Pero ¿en qué consiste ese acercamiento? ¿En seguir buscando fenómenos extraordinarios? ¿En entusiasmarnos con esas señales como si éstas fueran el centro de la vida en Dios? No. El acercarnos a Dios consiste en que sigamos su Voluntad. ¿Cómo? Cumpliendo sus mandamientos, aceptando lo que permita para nuestra vida, haciendo lo que creemos que El desea de nosotros.

Pero ¿qué sucede con demasiada frecuencia? ... Sucede que, a pesar de estas señales, seguimos apegados a nuestra voluntad -y no a la de Dios-, a nuestros criterios -y no los de Dios-, a nuestros modos de ver las cosas -y no a los de Dios.

No podemos quedamos en lo externo, en lo que podemos ver y palpar con los sentidos del cuerpo. No podemos seguir buscando estos fenómenos por todas partes, como si fueran el centro de la cuestión, pues el centro de la cuestión es otro: es buscar la Voluntad de Dios para cumplirla a cabalidad... y así no correr el riesgo de ser expulsados de la Casa del Padre para siempre.

Y en la Segunda Lectura San Pablo también nos habla de señales: “los judíos exigen señales milagrosas y los paganos (se refería sobre todo a los griegos) piden sabiduría (conocimientos humanos)... Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos; en cambio, para los llamados por Dios -sean judíos o paganos- Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios”. Así haya muerto en la cruz. “Porque la locura de Dios (la locura de la cruz) es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios (la debilidad de la muerte en la cruz) es más fuerte que la fuerza de los hombres”.

Así son los criterios de Dios: contrarios a los criterios de los seres humanos. Pero... seguimos ¡tan apegados! a nuestros propios criterios, creyendo que ésos son los que sirven, olvidándonos de esta importantísima y fuerte afirmación de San Pablo y olvidándonos de lo que mucho antes ya había anunciado el Profeta Isaías: “Así como dista el cielo de la tierra, así distan mis planes de vuestros planes, mis criterios de vuestros criterios” (Is. 55, 9).

Jesús expulsó a los mercaderes y cambistas de la casa de su Padre... No corramos nosotros el riesgo de ser expulsados para siempre de aquella Casa del Padre que nos espera en la otra Vida.

(homilia.org)

TERCER DOMINGO DE CUARESMA: (Ciclo B)

Lecturas de la liturgia:

Primera Lectura: Exodo 20,1-17
"La Ley se dio por medio de Moisés"

En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras: "Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. [No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos.] No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso. Fíjate en el sábado para santificarlo. [Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra, y el mar y lo que hay en ellos. Y el séptimo día descansó: por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó.] Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él."

Salmo Responsorial: 18
"Señor, tú tienes palabras de vida eterna."


La ley del Señor es perfecta / y es descanso del alma; / el precepto del Señor es fiel / e instruye al ignorante. R. Los mandatos del Señor son rectos / y alegran el corazón; / la norma del Señor es límpida / y da luz a los ojos. R. La voluntad del Señor es pura / y eternamente estable; / los mandamientos del Señor son verdaderos / y enteramente justos. R. Más preciosos que el oro, / más que el oro fino; / más dulces que la miel / de un panal que destila. R.

Segunda Lectura: I Corintios 1,22-25
"Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los hombres, pero, para los llamados, sabiduría de Dios"

Hermanos: Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados -judíos o griegos-, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

Evangelio: Juan 2,13-25
"Destruid este templo, y en tres días lo levantaré"

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: "Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre." Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: "El celo de tu casa me devora." Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: "¿Qué signos nos muestras para obrar así?" Jesús contestó: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré." Los judíos replicaron: "Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?" Pero hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús. Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

viernes, 6 de marzo de 2015

LOS SIETE DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA (III): Vivamos con María la Cuaresma....


Tercer Dolor - El Niño perdido en el Templo (Lucas 2,41 -50)

Qué angustioso fue el dolor de María cuando se percató de que había perdido a su querido Hijo. Llena de preocupación y fatiga, regresó con José a Jerusalén. Durante tres largos días buscaron a Jesús, hasta que lo encontraron en el templo. Madre querida, cuando el pecado me lleve a perder a Jesús, ayúdame a encontrarlo de nuevo a través del Sacramento de la Reconciliación.

-Padrenuestro, siete Ave Marías, Gloria al Padre.

Oración final:
Oh Doloroso e Inmaculado Corazón de María, morada de pureza y santidad, cubre mi alma con tu protección maternal a fin de que siendo siempre fiel a la voz de Jesús, responda a Su amor y obedezca Su divina voluntad. Quiero, Madre mía, vivir íntimamente unido a tu Corazón que está totalmente unido al Corazón de tu Divino Hijo. Átame a tu Corazón y al Corazón de Jesús con tus virtudes y dolores. Protégeme siempre.
Amén.

lunes, 2 de marzo de 2015

LUIS MARTIN Y CELIA GUERIN SERÁN CANONIZADOS EN OCTUBRE DE 2015!!!

El anuncio de la Fecha:


Esta mañana el Papa Francisco presidió un Consistorio ordinario Público para la canonización de cuatro beatos, entre ellos Louis Martin y Zelie Guérin, padres de Santa Teresa de Lisieux, también conocida como Santa Teresita del Niño Jesús. El Santo Padre decretó que sean inscritos en el libro de los santos el 18 de octubre... La canonización de los padres de Santa Teresita de Lisieux y de los otros beatos tendrá lugar en pleno Sínodo Ordinario de la Familia, que se celebrará del 4 al 25 de octubre.

Precisamente, el Sínodo lleva como tema principal “La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y el mundo contemporáneo”.

De hecho, en la Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos que se celebró en Roma del 5 al 19 de octubre de 2014 sobre el tema “Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización”, estuvieron presentes las reliquias de Santa Teresita del Niño Jesús y las de sus padres, para que inspirasen los trabajos de reflexión. (Aciprensa.com - 27 de junio de 2015)

La aprobación del Milagro:


El santo padre Francisco ha recibido esta mañana al cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación de la Causa de los Santos. De este modo ha promulgado el decreto que atribuye un milagro a la intercesión de los padres de santa Teresita del Niño Jesús, Louis y Zélie Martin. Por lo tanto, el matrimonio será proclamado santo. (Zenit.org - 18 de marzo de 2015)


Palabras del Señor Cardenal Angelo Amato, Prefecto para la Congregación de las Causas de los Santos:


El Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, anunció que los padres de Santa Teresita de Lisieux, Louis y Zelie Martin, serán canonizados en octubre de este año, mes en el que se realizará el Sínodo de la Familia en el Vaticano.

El anuncio del Cardenal Amato se da solo algunos días luego que el Obispo de Bayeux-Lisieux (Francia) informara su intención de abrir la causa de beatificación de la hermana “difícil” de Santa Teresa de Lisieux, Leonia Martin, la tercera de los nueve hijos del matrimonio de Louis y Zelie.

“Gracias a Dios en octubre se canonizarán a dos cónyuges, los padres de Santa Teresa de Lisieux”, dijo el Cardenal Amato durante en un reciente encuentro organizado por la Librería Editora Vaticana para hablar sobre el tema “¿Para qué sirven los santos?”, resaltando la importancia de la santidad de la familia, tema del Sínodo que reunirá a cardenales, obispos y expertos de todo el mundo para reflexionar sobre el tema de la familia.

“Los santos no solo son los sacerdotes y las religiosas, sino también los laicos”, aseguró el Purpurado refiriéndose al matrimonio francés.
Louis y Zelie fueron beatificados el 19 de octubre de 2008 por el entonces Papa Benedicto XVI y su canonización sería la primera en la historia de este tipo.
Su camino a los altares ha superado en el tiempo a los cónyuges Luigi y Maria Beltrame Quattrochi, beatificados también simultáneamente en octubre del año 2001.

Louis y Zelie Martin son los padres Santa Teresita del Niño Jesús, Patrona de las misiones y una de las santas más queridas por el Papa Francisco, proclamada Doctora de la Iglesia por el Papa San Juan Pablo II en 1997.

Casados en 1858, Louis y Zelie tuvieron nueve niños, de los cuales cuatro murieron en la infancia y cinco siguieron la vida religiosa.

(Aciprensa.com - 2 de marzo de 2015)

Recamara donde nació Santa Teresa del Niño Jesús y murió Santa Celia Guerin, hoy, Santuario de la Familia Martin en  Alençon - Francia.


Click aqui si deseas saber todo lo relacionado con el milagro que llevará a los altares a los beatos esposos Martín.

Click aquí si deseas saber lo relacionado con la apertura de la causa de beatificación de Leonie Martin, la tercera hija de los beatos Luis Martín y Celia Guerin y hermana de Santa Teresa del Niño Jesús.

Click aquí para visitar la pagina oficial del Santuario de los Beatos Martín en Alençon - Francia. (Versión en Español)

domingo, 1 de marzo de 2015

"MAESTRO, ¡QUE BIEN SE ESTÁ AQUÍ!! - Reflexiones de Cuaresma: (Ciclo B)


Las Lecturas de este Segundo Domingo del Tiempo de Cuaresma nos hablan de cómo debe ser nuestra respuesta al llamado que Dios hace a cada uno de nosotros... y cuál es nuestra meta, si respondemos al llamado del Señor.  En la Primera Lectura del día de hoy vemos a Abraham siendo probado en su fe y en su confianza en Dios.  En el Evangelio se nos narra la Transfiguración del Señor.
En la Primera Lectura se nos habla de Abraham, nuestro padre en la fe.  Y así consideramos a Abraham, pues su característica principal fue una fe indubitable, una fe inconmovible, una fe a toda prueba. Por eso se le conoce como el padre de todos los creyentes. Y esa fe lo llevaba a tener una confianza absoluta en los planes de Dios y una obediencia ciega a la Voluntad de Dios.
A Abraham Dios comenzó pidiéndole que dejara todo: “Deja tu país, deja tus parientes y deja la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te mostraré” (Gen. 12, 1-4).  Y Abraham  sale sin saber a dónde va. 

Ante la orden del Señor, Abraham cumple ciegamente.  Va a una tierra que no sabe dónde queda y no sabe siquiera cómo se llama.  Deja todo, renuncia a todo: patria, casa, familia, estabilidad, etc.  Da un salto en el vacío en obediencia a Dios.  Confía absolutamente en Dios y se deja guiar paso a paso por El.  Abraham sabe que su vida la rige Dios, y no él mismo. 

¿Cómo parecernos a Abraham?  Sería un buen programa durante esta Cuaresma tratar de parecernos a Abraham: confianza absoluta en Dios, entrega incondicional a su Voluntad, renuncia de uno mismo, aceptación total de los planes de Dios…

A Abraham Dios le había prometido que sería padre de un gran pueblo.  Y Abraham cree, a pesar de que todas las circunstancias parecen contrarias a esta promesa.  Por un lado, su esposa Sara es estéril y él ya cuenta con la edad de 75 años para el momento de la promesa.  Pero Abraham cree por encima de las circunstancias humanas.  

Pasa el tiempo... pasa bastante tiempo, desde que Dios le hizo su promesa a Abraham... pasan ¡24 años! ... Ya Abraham tiene 99 años... y  Sara sigue estéril.  En esas condiciones y en ese momento tiene lugar una visita del Señor a la tienda de Abraham.  Al final de la visita le dice: Cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.  

Y, como para Dios no hay nada imposible, así fue: al año siguiente, a un hombre de 100 años y a una mujer estéril de 90, les nace un hijo (Isaac), el hijo por el cual la descendencia de Abraham será tan numerosa como las estrellas del cielo, el hijo por el cual será Abraham padre de un gran pueblo, padre de todos los creyentes.  

Han sido 24 años de larga espera.  Y cuando lo que era difícil parecía ya imposible, Dios cumple su promesa.  La lógica de Dios es distinta a la lógica humana.  Los planes de Dios son diferentes a los planes de los hombres.  Los planes de Dios no se realizan como el hombre quiere, sino como Dios quiere.  Los planes de Dios no se realizan tampoco cuando el hombre quiere o cree, sino cuando Dios quiere.
A veces nos es más fácil hacer lo que Dios quiere, que hacer las cosas cuando Dios quiere.  A veces nos es más fácil cumplir la Voluntad de Dios, que tener la paciencia para esperar el momento en que Dios quiere hacer su Voluntad.  

Abraham creyó y esperó: creyó contra toda apariencia, esperó contra toda esperanza ... y también esperó el momento del Señor.

Dios le exigió mucho a Abraham, pero a la vez le promete que será bendecido y que será padre de un gran pueblo.

Sin embargo, comienza a crecer Isaac, el hijo de la promesa.  Cuando ya todo parece estar estabilizado, Dios interviene nuevamente para hacer una exigencia “ilógica” a Abraham: le pide que tome a Isaac y que se lo ofrezca en sacrificio. 

Este tal vez sea uno de los episodios más conmovedores de la Biblia (Gen. 22, 1-2.9-18).  Dios vuelve a exigirle todo a Abraham.  Ahora le pide la entrega de lo que Dios mismo le había dado como cumplimiento de su promesa: Isaac debe ser sacrificado.   Abraham obedece ciegamente, sin siquiera preguntar por qué.  Sube el monte del sacrificio para cumplir el más duro de los requerimientos del Señor.  Y en el momento que se dispone a sacrificar a su hijo, Dios lo hace detener.

Dios requirió de Abraham una entrega total: le pidió el todo.  Abraham creyó, esperó y obedeció. Así debe ser nuestra fe:  inconmovible, indubitable, sin cuestionamientos, confiada en los planes y en la Voluntad de Dios, dispuesta a dar el todo a Dios.  Una fe confiada en que Dios sabe exactamente lo que conviene a cada uno: una fe ciega.

Abraham respondió a un Dios desconocido para él -pues Abraham pertenecía a una tribu idólatra. Pero nosotros hemos conocido la gloria de Dios, que fue experimentada por los Apóstoles después de la Resurrección del Señor, pero aún antes, en los momentos de su Transfiguración ante Pedro, Santiago y Juan.  Jesucristo lleva a estos tres Apóstoles al Monte Tabor y allí les muestra el fulgor de su divinidad.  (Mc. 9, 2-10)

Si Abraham respondió con tanta confianza y tan cabalmente al llamado de Dios, un Dios desconocido para él ¡cómo no debemos responder nosotros que hemos conocido a Cristo
Abraham fue probado en su fe y en su confianza en Dios, al exigirle que sacrificara a Isaac, el hijo de la promesa.  Los Apóstoles, Pedro, Santiago y Juan fueron fortalecidos en su fe cuando Jesús se transfiguró delante de ellos.  Es lo que el Evangelio nos relata: Jesucristo se los lleva al Monte Tabor y allí les muestra el fulgor de su divinidad. (Mc. 9, 2-10)

Con motivo de lo que sucedió en la Transfiguración, es bueno recordar lo que en Teología llamamos la Unión Hipostática, término que describe la perfecta unión de la naturaleza humana y la naturaleza divina en Jesús.

De acuerdo a esta verdad, el alma de Jesús gozaba de la Visión Beatífica, cuyo efecto connatural es la glorificación del cuerpo.  (Es lo que sucederá a todos los salvados después de la resurrección al final de los tiempos).

Sin embargo, este efecto de la glorificación del cuerpo no se manifestó en Jesús, porque quiso durante su vida en la tierra, asemejarse a nosotros lo más posible.  Por eso se revistió de nuestra carne mortal y pecadora (cf. Rm. 3, 8).  Se asemejó en todo, menos en el pecado.
Pero en la Transfiguración quiso también mostrar a tres de sus Apóstoles algo su divinidad, luego de haber anunciado a los doce su próxima Pasión y Muerte. 

Quiso el Señor con su Transfiguración en el Monte Tabor animarlos, fortalecerlos y prepararlos para lo que luego iba a suceder en el Monte Calvario.  

En efecto, en el Tabor, Pedro, Santiago y Juan, pudieron contemplar cómo el alma de Jesús dejó trasparentar a su cuerpo un “algo” de su gloria infinita. 

Los tres quedaron extasiados.  Y eso que Jesús sólo les había dejado ver un poquito de su gloria, pues ninguna creatura humana habría podido soportar la visión completa de su divinidad, según sabemos de lo dicho por Yavé a Moisés (cf. Ex. 33, 20).

La gloria es el fruto de la gracia.  Así, la gracia que Jesús posee en medida infinita, le proporciona una gloria infinita que le transfigura totalmente.  Fue algo de lo que El quiso mostrarnos en el Tabor.
Guardando las distancias, algo semejante sucede en nosotros cuando verdaderamente estamos en gracia.  La gracia nos va transformando. Pudiéramos decir que nos va transfigurando, hasta que un día nos introduzca en la Visión Beatífica de Dios.

Si esto es así, apliquemos lo mismo a lo contrario.  ¿Qué efecto tiene el pecado en nuestra alma?  Nos desfigura, nos oscurece.  Y nos daña de tal manera que, si nos descuidamos, nos puede desfigurar tanto, que podría llevarnos a la condenación eterna.

Ahora bien, Tabor y Calvario van juntos.  No hay gloria sin sufrimiento.  No hay resurrección sin cruz.
Con sus enseñanzas y con su ejemplo, Jesucristo quiso decirle a los Apóstoles que han tenido la gracia de verlo en el esplendor de su Divinidad, que ni El -ni ellos- podrán llegar a la gloria de la Transfiguración -a la gloria de la Resurrección- sin pasar por la entrega absoluta de su vida, sin pasar por el sufrimiento y el dolor.
A San Pedro le gustó mucho la visión de la Transfiguración y quería quedarse allí.  “¡Qué bueno sería quedarnos aquí!” (Mt. 17, 4.)  Pero ese anhelo fue interrumpido por la misma voz del Padre: “Este es mi Hijo amado en Quien tengo puestas mis complacencias.  Escúchenlo”  (Mt. 17, 5).

Cuando Pedro pide quedarse disfrutando en el Tabor, gozando de esa pequeña manifestación de la divinidad, Dios mismo le responde, diciéndole que escuche y siga a su Hijo.  No pasó mucho tiempo para que San Pedro y los demás supieran que seguir a Jesús significa subir también al Calvario.
Si en el Cielo la felicidad completa y eterna será la consecuencia de la posesión de Dios, de la Visión Beatífica, aquí en la tierra los momentos de felicidad espiritual son sólo impulsos para entregarnos con mayor generosidad a Dios y a su servicio. 

Después de la Transfiguración, los tres discípulos levantaron los ojos y vieron sólo a Jesús. Ya no estaban Moisés y Elías. Ya no irradiaba el Señor su Divinidad.

No importa que nos falte todo, que se deshaga todo, que se interrumpa todo, que no tengamos consuelos espirituales, ni muchos momentos felices, o –al contrario- que tengamos muchos momentos de sufrimiento.   No importa la situación, no importa la circunstancia.  Puede ser en el Tabor o en el Calvario.  Sólo Dios basta.

Recordemos el poema teresiano:
Nada te turbe.
Nada te espante.
Todo se pasa.
Dios no se muda.
La paciencia todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene, nada le falta
Sólo Dios basta.

Volvamos a Abraham.  Renuncia a sí mismo fue lo que Dios pidió a Abraham... y Abraham dejó todo y aceptó todo.   Respondió sin titubeos y sin remilgos, sin contra-marchas y sin mirar a atrás. 
Esa renuncia de nosotros mismos es algo que el Señor nos pide especialmente en esta Cuaresma.  Esa renuncia a nosotros mismos es lo que nos pide el Señor para poder llegar a la gloria de la Resurrección. 
No hay resurrección sin muerte de uno mismo y tampoco sin la cruz de la entrega absoluta a la Voluntad de Dios. 

Esa entrega requerida para llegar a la Visión Beatífica nos la muestra Abraham, padre de los creyentes, que dejó todo y aceptó todo a petición de Dios.  Y nos la muestra, por supuesto, el mismo Jesucristo con su entrega absoluta a la Voluntad del Padre, hasta llegar a la muerte en la cruz, para luego resucitar glorioso y transfigurado.  

Y esa resurrección la ha prometido a todo aquél que también cumpla la Voluntad de Dios. (homilia.org)

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA: (Ciclo B)

Lecturas de la liturgia: 

Primera Lectura: Génesis 22,1-2.9-13.15-18
"El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe"

En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán, llamándole: "¡Abrahán!" Él respondió: "Aquí me tienes." Dios le dijo: "Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, en uno de los montes que yo te indicaré." Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: "¡Abrahán, Abrahán!" Él contestó: "Aquí me tienes." El ángel le ordenó: "No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo." Abrahán levanto los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo. El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo: "Juro por mí mismo -oráculo del Señor-: Por haber hecho esto, por no haberte reservado a tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido."

Salmo Responsorial: 115
"Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida."


Tenía fe, aun cuando dije: / "¡Qué desgraciado soy!" / Mucho le cuesta al Señor / la muerte de sus fieles. R. Señor, yo soy tu siervo, / siervo tuyo, hijo de tu esclava: / rompiste mis cadenas. / Te ofreceré un sacrificio de alabanza, / invocando tu nombre, Señor. R. Cumpliré al Señor mis votos / en presencia de todo el pueblo, / en el atrio de la casa del Señor, / en medio de ti, Jerusalén. R.

Segunda Lectura: Romanos 8,31b-34
"Dios no perdonó a su propio Hijo"


Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros?

Evangelio: Marcos 9,2-10
"Éste e mi Hijo amado"


En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías." Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: "Éste es mi Hijo amado; escuchadlo." De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: "No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos." Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de "resucitar de entre los muertos".