¿Que es la Pascua si no los días gozosos en los que cantamos
en victoria todos los cristianos? ¿Hay días más luminosos que cuando caminamos
por el mundo testimoniando a Cristo resucitado, vencedor de la muerte y el
pecado?
Contemplando esta maravillosa verdad
de nuestra fe nos podemos preguntar ¿Cómo vivían los santos el gozo de la
Pascua del Señor? ¿No son los santos los grandes amigos de Jesús, los apóstoles
que sin necesidad de ver al Señor resucitado la tarde del domingo de pascua lo
predicaban con la misma intensidad y fe que aquellos que lo vieron?
Pues para iluminarnos en esta experiencia; Laura Montoya, la
primera santa colombiana, abre la intimidad de su corazón, como una Magdalena
de otros tiempos, para dar testimonio del encuentro con Jesús resucitado.
"Después de la Semana Santa de 1896, pasada en el campo, en completa soledad, comencé a sentir que ése, como fuego tan amargo, turbaba un poco mi razón. Me figuro así como la de los beodos a quienes el licor pone locos sin que se den cuenta. El sábado santo, después de aquellos días de recogimiento y meditación en un campo solitario y entre selvas que se llama la Amalia, salí a Fredonia y al día siguiente mi alma se desbordaba con los gozos de la resurrección, pero me había manejado bien en la comunión, pues había podido contenerme.
Estaba en la casa, cuando oí la música que anunciaba la procesión; me asomé a la puerta y al ver de lejos la imagen del Señor Resucitado ya no supe más de mí. ¡Ay! padre, cuánta vergüenza me da referir estas locuras, que sólo Jesús no más, debe conocer y que revelan yo no sé qué incontinencia del corazón y no sé qué más. Con el traje que tenía en la casa, sin mantilla y sin oír a los que me llamaban, salí a la carrera, me atravesé cantando recio toda la plaza en diagonal, para llegarme a la esquina por donde asomaba la procesión. Le canté esta estrofa:
¡Qué hermoso vuelves! ¿no ha sido un sueño
aquel horrible, sangriento leño,
aquellas horas de cruel dolor?
Yo era la causa de tu agonía,
y al contemplarla me consumía
remordimiento desgarrador.
Los duros hierros que te clavaron,
también el alma me atravesaban
también partían mi corazón;
también mis huesos se estremecieron
cuando los tuyos se desunieron,
con horrorosa dislocación.
Cuando llegué aquí me inundé en lágrimas y compadecida, una amiga, me tiró fuertemente de un brazo. Entonces advertí el corro que me hacían algunas señoras y mujercitas del campo y vi la manera como me había salido y supe que había cantado. ¡Dios mío! hubiera querido que la tierra me tragara, ¡que vergüenza y qué pecado me parecía esto!
La amiga que me contuvo me tranquilizaba dándome bromas con la cosa; pero yo no hubiera querido volver a recordar aquello, no por lo ridículo que aquello fue, sino por que se impusieran de mi interior. El amor, reverendo padre, tiene pudor y no le gusta que lo vean desnudo. ¿No es verdad? No fue ésta la única vez que fui vencida; pero las otras veces no tuve testigos o lo eran las discípulas de mucha confianza o una de mis compañeras de profesión que era como una hija. Sólo decían que cuando hablaba de Dios me enloquecía y respetaban la cosa. En estos casos es cuando una celda escondida hace falta."
(Santa Laura Montoya - Autobiografia, Cap IX)
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