sábado, 22 de marzo de 2014

"SI CONOCIERAS EL DON DE DIOS Y QUIÉN ES EL QUE TE PIDE DE BEBER, LE PEDIRIAS TÚ, Y ÉL TE DARIA AGUA VIVA" - Reflexiones de Cuaresma: (Ciclo A)


Las Lecturas de hoy nos hablan de “agua”: agua en pleno desierto brotando de una roca (Ex.17, 3-7), y agua de un pozo al que Jesús se acerca para dialogar con la Samaritana (Jn. 4, 5-42).  Pero más que todo, nos hablan de un “agua viva”,  que quien la bebe ya no necesita beber más, pues queda calmada toda su sed.

En la Primera Lectura del Libro del Éxodo vemos a los israelitas protestando a Moisés, pues tenían sed y no había agua.  Dios da unas instrucciones precisas a Moisés para hacer brotar agua de una roca.  Y así fue.  El pueblo bebió el agua que necesitaba.  Y Moisés puso el nombre de Masá y Meribá a ese sitio, palabras que significan “tentación” y “quejas”, pues allí el pueblo se había dejado tentar quejándose a Dios, pidiéndole pruebas, pues realmente no tenía plena fe y confianza en El.

El Salmo 94 refiere la rebelión en el desierto y nos advierte de no endurecer nuestro corazón como en ese momento los israelitas.  Este Salmo nos invita a inclinarnos ante Dios que es nuestro Dueño.  El nuestro Pastor, nosotros sus ovejas.

La roca del desierto fue fuente de vida para el pueblo de Israel.  Y esa roca nos anuncia a Cristo, quien es la fuente de agua viva, según lo que El le dice a la Samaritana.  Todos estos simbolismos atribuidos a la Roca que es Cristo y al agua que brota de El, significan la Gracia que Cristo nos obtiene con su muerte en la cruz y su resurrección gloriosa.

Revisemos con más detenimiento, entonces, el diálogo entre Jesús y la Samaritana, que aparece en el Evangelio.

Una tarde calurosa llega Jesús a una ciudad de Samaria, llamada Sicar, donde se hallaba el pozo de Jacob.  Era el pozo que el Patriarca Jacob, descendiente de Abraham, se había reservado, pues era profundo y producía en abundancia agua rica y cristalina.

Por cierto, todavía hoy se conserva el brocal de este pozo en medio de una Iglesia Ortodoxa Griega.  Sobre ese brocal se sentó Jesús a descansar mientras sus discípulos iban a la ciudad a buscar algo que comer.

Llegó en esos momentos una mujer samaritana a sacar agua del pozo.

Y observamos que Jesús, sin importarle la enemistad entre el pueblo judío y el samaritano, le dice a la Samaritana en tono familiar: “Dame de beber”.  La mujer por supuesto se sorprende de que un judío se atreviera a hablarle.  Por eso le responde:  “¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”

Comienza así un diálogo maravilloso en el que Jesús aprovecha la ocasión y el sitio donde está para explicar a la Samaritana lo que es la Gracia de Dios para el alma. “Si conocieras el don de Dios”,  le dice Jesús,“y si conocieras realmente quién es el que te está pidiendo de beber, tú le pedirías a El y El te daría agua viva”.

El “don de Dios” es la Gracia.  Y Jesús compara la Gracia con un agua distinta, un “agua viva”, que El quiere darle.  Pero la Samaritana no comprendió esta comparación, ni tampoco podía imaginar de dónde iba a sacar esa agua tan especial.

Le responde que cómo va a sacar esa agua en un pozo tan profundo, si ni siquiera tiene Jesús un cubo con qué sacarla.  El le hace ver que no se trata de un agua como la del pozo, sino de algo distinto y muchísimo mejor.

Por eso le dice: “El que beba del  agua de este pozo vuelve a tener sed.  Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed.  El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.

Veamos qué le quiere decir Jesús a la Samaritana...  y qué nos quiere decir a cada uno de nosotros con este símil.

  ¿Cuál es esa agua que mana de Cristo y que promete a cada uno de nosotros?  Es el agua vivade la Gracia, que es lo único que puede satisfacer nuestra sed de Dios.  Por medio de la Gracia podemos vivir en intimidad con Dios, pues es Dios mismo viviendo en nosotros.  Es Dios mismo ese manantial que, dentro de nosotros, no cesa de producir el “agua viva” que nos lleva a la vida eterna.

Por eso nos dice San Pablo en la Segunda Lectura (Rom. 5, 1-2.5-8) que por Cristo “hemos obtenido la entrada al mundo de la gracia ... para participar en la gloria de Dios”.   Y esto es así pues si nosotros respondemos a la Gracia, podemos llegar a la unión con Dios, primero en esta vida, y luego en el Cielo, para gozar de la gloria de Dios eternamente.

Notemos el título de “gracia” para el “don de Dios”.  Significa -y esto es muy importante-  que ese “don de Dios” es “gratis”.  No lo recibimos porque lo merecemos, sino que lo recibimos de gratis... simplemente porque Dios nos lo quiere dar, sin ningún mérito de nuestra parte.

Además, ese “don de Dios” lo calma todo.  Ya no se necesita más nada, pues toda sed queda calmada con ese don infinito de la Gracia Divina.  También vemos que es un manantial inacabable, que nos lleva a la Vida Eterna.

Pero ¡ojo! Ese manantial inacabable puede ser interrumpido por nosotros mismos cuando pecamos... Y, aún así, por otra gracia -gratis- adicional, esa fuente de agua viva que interrumpimos al pecar, puede ser recuperado con el arrepentimiento y la Confesión.

En efecto, podemos cerrar ese manantial con el pecado.  Es decir:  o se está en gracia, o se está en pecado.  Dios nos regala su Gracia, pero no en contra de nuestra voluntad.  Necesita y requiere nuestra cooperación a la Gracia para que la Gracia haga su efecto; es decir, para poder santificarnos.  La Gracia es como un semilla que necesita crecer con las respuestas positivas que damos a ese “don de Dios”.

¿Para qué se nos da la Gracia?  Para nuestra salvación:  para poder llegar a la felicidad eterna del Cielo.  Tenemos seguridad de contar con la Gracia que Dios nos da.  El no falla.  Pero requiere nuestra respuesta a la gracia para poder llevarnos al Cielo.

La Gracia es tan necesaria para nuestra vida espiritual que el Libro de la Sabiduría nos habla así de ella: “La preferí a los reinos y tronos del mundo, y estimé en nada la riqueza al lado de ella.  Vi que valía más que las piedras preciosas; el oro es sólo un poco de arena delante de ella, y la plata, menos que el barro.  La amé más que a la salud y  a la belleza, incluso la preferí a la luz del sol, pues su claridad nunca se oculta” (Sb. 7, 8-10).

Por último ¿quién es el que primero dice tener sed? … El más sediento es Jesús mismo que, más que sed del agua del pozo, tiene sed de la fe de la Samaritana... tiene sed de la fe de nosotros.  ¿Por qué?  Porque quiere colmarnos de todo lo que su Gracia, el Agua Viva, puede darnos. 

(www.homilia.org)

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