Hacia Ti me vuelvo, santa Madre de Dios,
Tú que has sido fortificada y protegida por el Padre Altísimo,
preparada y consagrada por el Espíritu que sobre Ti reposó,
embellecida por el Hijo que habitó en Ti:
ayúdame con tus oraciones,
a fin de que socorrido siempre por Ti
y colmado con tus beneficios;
habiendo hallado refugio y luz junto a tu santa maternidad
viva yo para Cristo, tu Hijo y Señor.
Sé mi abogada, demanda, suplica;
pues, así como creo en tu inefable pureza,
así creo también en la buena acogida que se hace a tu palabra.
Glorifica en mí a tu Hijo:
que Él se digne obrar divinamente en mí
el milagro del perdón y de la misericordia,
¡oh, servidora y Madre de Dios!
¡qué por mí tu honor sea exaltado,
y que por Ti mi salvación se manifieste!
Así ocurrirá, ¡oh Madre del Señor!;
si en mi búsqueda incierta me acoges,
¡oh Tú, toda disponible!;
si en mi agitación me tranquilizas,
¡oh Tú, que eres reposo!;
si la inquietud de mis pasiones Tú la transformas en paz,
¡oh pacificadora!;
si Tú, que eres dulzura, endulzas mis amarguras;
si Tú, que has superado toda corrupción, me despojas de mis impurezas;
si Tú, ¡oh gozo! de repente detienes la voz de mis sollozos.
¡Oh
Tú, Madre del Altísimo Señor Jesús, creador del universo y de todo, a
Quien, de un modo indecible, Tú diste a luz, con toda su humanidad y
toda su divinidad, Él que, con el Padre y el Espíritu Santo, es
glorificado en su misterio de Dios y en su misterio de Hombre; Él, que
es todo en todas las cosas!
¡Para Él sea la gloria por los siglos de los siglos, Amén!
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